Los Amigos de La Rioja me invitan a 
		hacer una breve reseña sobre Pelayo Sáinz Ripa y, desde la amistad que 
		me unía a él y a los propios Amigos, accedo con agrado.
		
		            El domingo 17 de marzo fallecía Pelayo en 
		Logroño, ciudad a la que tenía un especial cariño. Había nacido muy 
		cerca, en Viana, 83 años antes pero, como otros muchos vianeses, se 
		sentía tan riojano como navarro. Siempre se empeño de forma ejemplar en 
		resaltar los múltiples puntos de conexión existentes entre los 
		habitantes de uno y otro lado de Ebro.
		
		Ingresó en el Seminario de Logroño en 
		1940, con once años, siguiendo los pasos de su recordado hermano Eliseo. 
		Fue un alumno brillante y al concluir sus estudios eclesiásticos 
		continuó en la Universidad Pontificia de Comillas, donde se licenció en 
		Teología. Allí fue ordenado sacerdote y continuó estudios de doctorado. 
		Su primer destino, en 1954, le llevó a unos pequeños pueblos sorianos 
		pertenecientes entonces a la diócesis de Calahorra y la Calzada, de 
		donde pasó a Munilla en 1955. En esta localidad comenzó a experimentar 
		la triste realidad del anterior régimen. Su implicación social, una 
		constante en toda su vida, le hizo sumarse a las demandas de los obreros 
		de una fábrica de zapatillas de la localidad, a los que comenzó 
		escribiendo las cartas dirigidas al Gobierno Civil, y finalizó 
		acompañando al Ministerio a Madrid. Fueron gestiones infructuosas que 
		afianzaron en él sus principios.
		
		En 1959 fue destinado como coadjutor a la 
		parroquia de Santa Teresita, de Logroño, permaneciendo hasta 1964, 
		momento en el que logró por oposición el abadiazgo de la Catedral de 
		Santo Domingo de la Calzada. A su vez fue nombrado párroco de la misma. 
		Diecisiete años después, en 1981, regresaba a Santa Teresita, parroquia 
		donde se jubiló.
		
		            En Santo Domingo le tocó vivir años de 
		grandes cambios, destacando sin duda lo que él llamó “la alegría del 
		Concilio”. Le toco poner en marcha las conclusiones del Concilio 
		Vaticano II, lo que supuso para un teólogo como él una gran oportunidad. 
		Siempre había apostado por una nueva Iglesia en la que los seglares 
		debían ir adquiriendo un protagonismo hasta entonces cercenado. Él 
		apostó por ello de forma radical y se empeñó tanto en atraer al seglar a 
		la Iglesia como en acercar la Iglesia al seglar. Para conseguirlo Pelayo 
		no dudó en implicarse en los problemas sociales de la ciudadanía y en 
		las más variadas reivindicaciones. En la ciudad calceatense muchos 
		recuerdan aquella multitudinaria asamblea celebrada en la catedral en 
		enero de 1975 con el fin de abordar el asunto de la creación del 
		Instituto de Bachillerato, y la implicación personal de Pelayo en 
		aquella demanda que finalmente salió adelante. También están muy 
		presentes esas primeras reuniones de los jóvenes agricultores de la 
		comarca en la parroquia, en lo que supuso un germen del posterior 
		cooperativismo agrícola; y esos grupos de reflexión y trabajo que 
		propiciaron la implicación política de un buen grupo de jóvenes en la 
		naciente democracia.
		
		Otras facetas merecen ser destacadas. 
		Especial trascendencia tuvo su labor de recuperación del patrimonio 
		artístico calceatense, aspecto muy relacionado con su interés por 
		convertir la catedral de Santo Domingo de la Calzada en un templo vivo. 
		Se empeñó en redescubrir el edificio como elemento artístico e histórico 
		de primera magnitud y nada más llegar, en 1964, promovió su 
		restauración. Fruto de ello fue por ejemplo la eliminación de las 
		sucesivas y ennegrecidas capas de encalados que cubrían casi por 
		completo las paredes. Propició también la recuperación de la parte 
		amurallada del templo, que ayudó a otorgarle ese actual aspecto 
		defensivo tan característico, y se ocupó de la restauración de los 
		retablos e imágenes más deteriorados. En definitiva, lo que había sido 
		un edificio oscuro e inaccesible para la ciudadanía y la propia 
		feligresía, paso a ser un monumento artístico que recuperaba su función 
		litúrgica y su esplendor. A la luz de esas restauraciones que ofrecían 
		nuevas interpretaciones del templo, fomentó distintas investigaciones a 
		cargo de conocidos historiadores del arte, y para ello fue fundamental 
		su empeño en traer de canónigo-archivero a uno de sus grandes amigos, 
		Ciriaco López de Silanes. A partir de entonces, año 1976, el archivo 
		catedralicio dejó de ser un almacén de libros y documentos y se 
		convirtió en una fuente copiosa para los investigadores.
		
		Finalmente habría que destacar su propia 
		labor de estudio e investigación. Pelayo escribió trece monografías y 
		más de sesenta artículos de temática histórica calceatense, riojana y 
		vianesa, siendo por ejemplo el más importante biógrafo de San Jerónimo 
		Hermosilla. En los últimos años escribió dos grandes obras, una sobre 
		los novecientos años de culto a Santo Domingo de la Calzada (2009), y 
		otra sobre la Abadía de Valvanera (2010). Tras ellas abrió una línea 
		investigadora en torno a la caridad, fruto de lo cual es un libro que 
		dejó en la imprenta y que aborda la historia de la Cócina Económica de 
		Logroño. En la mesa de trabajo han quedado sus notas sobre las antiguas 
		arcas de misericordia y sobre los sesenta años de Cáritas en La Rioja.
		
		La figura de Pelayo Sáinz Ripa es 
		insustituible, pero su huella ha sido profunda, por lo que permanecerá. 
		Hasta siempre Pelayo, Amigo de La Rioja.
		
		F. Javier Díez 
		Morrás