¿El
vaso está medio lleno o medio vacío? El mismo hecho visto por un
optimista o por un pesimista es interpretado y narrado de manera harto
diferente. Esto, aun suponiendo que ambos quieran ser honestos y
no deformar la realidad de manera favorable a lo que consideran sus
intereses. Además, nuestra visión no sólo está afectada por la
situación desde la que contemplamos los hechos (como enfermos o como
sanos, como pudientes o como pobres, como niños, jóvenes o ancianos,
como hombres o mujeres…) sino también a través de los prejuicios (en
parte derivados de esa situación existencial y, en otra de nuestros
deseos y temores).
Entonces, si sabemos esto o podemos
saberlo, ¿por qué hay quienes postulan la existencia de una verdad
absoluta y tachan de relativistas a todos los que tomen en cuenta esas
circunstancias? Creo que se debe al miedo. Si no se puede dogmatizar,
surge la duda. Y si se les nota que dudan, no pueden pretender tener la
posesión monopolística de esa supuesta verdad absoluta, pierden parte de
su poder y a lo mejor se les marcha aquella clientela, también medrosa,
que necesita que otros les vayan guiando, pues no se atreven a asumir el
riesgo de formarse una conciencia personal y seguir sus dictados, con lo
que correrían el riesgo de equivocarse. Esas ovejas medrosas buscan
siempre a quienes les digan el camino a tomar. No se dan cuenta de que
puede ser erróneo, fuente de sufrimiento inútil y estúpido, y de que sus
guías, medrosos como ellos, son capaces de perseverar en el error, con
tal de no dar su brazo a torcer, a pesar de que se den de narices, una y
otra vez, con una realidad terca que refuta sus teorías y no se atreven
a tomar en consideración mapas actualizados por la razón, que señalen
otras vías de felicidad y perfeccionamiento moral y que, a lo mejor
coinciden más fielmente con la versión original de su doctrina, muchas
veces sepultada por una hojarasca de copias rancias, deformadas por
copistas ineptos, del original.
Lo opuesto a ese dogmatismo absolutista
es un relativismo absoluto que, además de ser una contradicción, es un
error manifiesto. Ni todo vale, ni la verdad es fruto subjetivo del
capricho de quienes especulan sobre ella. Lo cierto es que la verdad se
descubre, mientras que la falsedad se construye inventándola. Saber que
la verdad hay que encontrarla, significa un trabajo constante por
acercarse a ella y tener la certidumbre de que nunca llegaremos
aprehenderla del todo. Es una tarea ardua de aprendizaje que se
descompone en dos fases repetidas una y mil veces: desaprender parte de
lo que habíamos adquirido antes, cuando la experiencia nos dice que
estábamos equivocados y adquirir nuevos conocimientos que tendremos que
ir revisando paulatinamente.
¿Qué instrumento tenemos para ese
avanzar hacia la verdad?: la duda. Quien se cree ya y definitivamente
poseedor de la misma, se irá alejándose lamentablemente de la verdad. Y
corre el riesgo de convertirse en un fanático. Alguien que intenta por
todos los medios imponer su visión a los demás. Fanáticos haylos en
todos los aspectos de la vida: culturales, sociales, religiosos,
étnicos, deportivos, etc. Y el fanatismo es el padre de todas las
violencias psíquicas y físicas. Un fanático no admitirá jamás que pueda
estar en el error y que los que discrepan de su postura puedan tener
parte de verdad. Los otros o son unos ignorantes o malintencionados.
Intentar dialogar con un fanático es tarea casi imposible. Resulta
inútil apelar a los puntos comunes que podamos tener con él, para desde
ellos ir analizando racionalmente las diferencias. Se ciegan
emocionalmente en sus principios. Sus máximos argumentos son el de
autoridad (alguien divino o humano le dicta su postura) y la
descalificación.
La búsqueda en solitario de la verdad es
harto difícil y, a menudo, frustrante. Por eso, son admirables esas
personas que en circunstancias tan hostiles nos han hecho
descubrimientos importantes. Pero la mayoría vienen del trabajo en
equipo. Del diálogo fecundo entre gentes de buena voluntad que comparten
sus dudas y avanzan juntos. Y cuando uno cae, los de al lado le echan
una mano, ayudándole a proseguir. Incluso de los errores, propios y
ajenos, podemos aprender. Nos enseñan que esa vía, esa fórmula, esa
solución no era la correcta y nos permiten otear otras orientaciones. No
sólo con los coetáneos, próximos o lejanos, avanzamos. También es
necesario el diálogo con nuestros predecesores, ya fallecidos, no para
copiar torpemente sus hallazgos, sino a partir de ellos, corrigiéndolos
en la medida necesaria, aproximarnos a esa dama esquiva que es la
verdad. Así iremos forjando nuestra propia conciencia, pues cons-ciencia,
es simplemente saber juntos.
En los albores del siglo XXI, cuando
estamos vislumbrado una nueva era, aunque todavía no hemos enterrado la
antigua, pues la miopía de tantos intereses creados hace que la mayor
parte de los dirigentes se aferren a ella, esa búsqueda conjunta ha de
ser obra de personas con pluralidad de conocimientos puestos en común
para lograr otra perspectiva global que nos permita encarar los
problemas reales. ¿No es ahí, en esa esperanza activa donde radica la
posibilidad de otro mundo más justo y menos inhumano?.