A Miguel Hernandez
 
Qué pena me das, Miguel,
cuando releo tus versos,
que con sabor a cebolla
 
mama tu hijo de los pechos
de su madre, que es su único alimento.
 
Qué pena me das, Miguel,
cuando desde el parapeto
con el fusil en la mano
a tu Madrid vienes vuelto
y ves a Alberti y esposa
en juerga los ves envueltos
y de cobardes los tratas
enfadado, o de los nervios.
Y debes saber, Miguel,
que pueden dar más servicio
algunos cobardes vivos
que muchos valientes muertos.
 
Qué pena me das, Miguel,
que por senda equivocada,
mas, por creerla más justa
seguiste en tu vida errada…
Otros, por otros caminos,
grandes fortunas amasan
robando a los españoles
y además les dicen: calla,
dicen van a hacer de España
que sea una grande y libre;
hace falta ser canallas
para engañar a su pueblo
con tan enromes patrañas.
 
Una, ellos la partieron
grande, aunque fuera España,
tan chica, tan pequeñita,
con sus fronteras cerradas,
y libre, qué desparpajo,
la tienen encorsetada
con cuerdas de dictadura
que a muchos se les ahorcaba.
 
Qué pena me das, Miguel,
que esa España que añorabas
no la pudiste gozar
tanto como tú luchabas,
sólo tuviste en tu vida
cárcel, guerra, campo y cabras…
 
Máximo Sicilia

      

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