El músico José
Fernández Rojas (Hormilla, 1933-Logroño, 2007), como tantas y tantas personas
apasionadas de su arte logró aunar su trabajo profesional con esa rara afición
que le acompañó siempre y que motivó en él ese tesón y entrega inusitadas: la
recuperación del folclore riojano, al que dedicó gran cantidad de esfuerzo
durante toda su vida, hasta el punto de haber conseguido recopilar más de 500
composiciones de muy variopinta estructura musical. Muchas personas afirman, y
a fe que no se equivocan lo más mínimo, que si no hubiera sido por su
inagotable dedicación, por ese esfuerzo hasta la extenuación que persigue a
los grandes hombres guiándoles por el camino de la verdad y del bien, bien es
verdad que acompañado de un entusiasmo a prueba de contratiempos mil, una gran
cantidad de esas creaciones ya no estarían entre nosotros para deleitarnos. Y
ese
toque
distinto y a la vez único por original que define e identifica a cada pueblo
de manera inequívoca por esa representación de sus danzas o canciones, al
volver la vista atrás, ¿dónde hallaría ese punto de referencia, ese apoyo
exclusivo que hace que te sientas seguro con el eco de lo que, una vez que ha
prendido en tus raíces, ya no se olvidas jamás? Cuando, al llegar a un pueblo
de La Rioja, y queriendo impresionar a un amigo, a un turista que quiere
conocer algo nuestro del lugar, ¿qué canción habríamos de cantarle, si hemos
perdido ese DNI que nos muestra tal cual somos? En las fiestas patronales,¿qué
danzas bailaríamos si se las llevó el olvido?
De gran tradición musical familiar, ya su
padre y su abuelo fueron también músicos y, a poco que haya pasado los años
por nosotros, ¿quién no recuerda esa música sin igual que, una vez arrancaba
su guitarra, no cesaba nunca? Sí que es cierto que la primera ocasión que le
oí, corría San Juan con sus trabajos y agitaciones, la noche más larga del
año,¿o era el día?, la línea que forma el monte con el cielo se detenía un
instante que parecía ser eterno, aquella dulce edad infantil e inocente cuando
el corazón va a darte un vuelco y late más y más y todo vale y nada te
importa, tan sólo esa guitarra que más bien parece tocada por ángeles que,
todavía hoy, más de cuarenta años después, esos acordes que una sola vez
subieron al aire, están en el aire, lo mismo de día que cuando la noche
fatigosa, suenan como esa voz de lo sublime que, verse no se ve, no se puede
tocar según es de inalcanzable para los demás, pero, cuando toda su música de
canciones te acompaña, ¡cómo se agradece!
Julio Arnaiz
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