No
me cabe duda. “Amigos de la Rioja” es de la cepa “Tempranillo”; y
lo es por un doble motivo, por autóctona y por madrugadora.
Son treinta los años transcurridos desde aquella Asamblea
constituyente que se celebró, si la memoria no me es infiel, en el salón
de actos del Colegio San José (ese referente arquitectónico y
sentimental logroñés al que apenas le quedan dos telediarios).
El país se movía por
entonces (años l.976 y l.977) entre la convulsión y la esperanza. Sin
disponer de guión y sin falsilla nos disponíamos a escribir las primeras
líneas de nuestra todavía no estrenada andadura en libertad. La
perplejidad ante un futuro inaplazable, desconocido y también
inquietante, era tan grande que no sabíamos elegir ni el tipo de letra,
ni su tamaño, ni la tinta a emplear para empezar a pergeñar ese futuro
ni, mucho menos, el texto argumental. Precisábamos urgentemente de
quienes dispusieran de la cultura política necesaria, de quienes
supieran tomar la distancia adecuada para ir diferenciando árboles y
bosque y de quienes tuvieran imaginación suficiente para entrever el
porvenir inmediato y, en base a ello, señalar objetivos, fijar
calendarios, marcar prioridades, establecer pautas de convivencia. . .
Todos aquellos que supieran evitar, en suma, que el desconcierto y la
desorientación ante la libertad inminente nos proyectasen a los demás en
todas las direcciones y a ciegas como gallinas sin cabeza.
La casuística fue muy amplia y cada cual podrá contar su
primera vez ante los nuevos desafíos, tales como el asociacionismo,
el sindicalismo, la militancia partidista y tantos otros. . . y cada
cual lo hará de una manera distinta.
Mi primera vez fue en el ya desaparecido “Mesón del
Rey” de Avenida de Portugal, de la mano del inolvidable Santi Somalo, en
unos encuentros, para mí imborrables, que todavía no se habían despojado
totalmente de un cierto aroma transgresor y conspirativo. Ya decía al
inicio que todo aquello sucedió muy temprano. Conceptos tales como
Constitución, bicameralismo o Estado de las Autonomías –y otros muchos
hoy plenamente asimilados- todavía estaban en agraz, aunque se intuyeran
en el horizonte cercano. Mucho más verde estaba aún la idea de La Rioja
como posible ente político autónomo.
Pues bien; de todo eso y de mucho más se habló por primera vez
en aquellas reuniones sabatinas. Se habló de un posible mapa autonómico,
de nuestras señas de identidad regional, de la viabilidad de un futuro
individualizado para La Rioja, de los previsibles problemas de
financiación. . . Desde aquel rincón del cafetín, según se entraba a la
izquierda, se promovieron las primeras movilizaciones populares, los
primeros debates, el primer boceto de un futuro que se nos iba
convirtiendo en presente de forma atosigante.
No
voy a hacer el relato de los nombres propios con los que compartí esta
experiencia maravillosa (que se materializó bien pronto en la Asamblea
constituyente de “Amigos de La Rioja”, aludida al inicio). Sería prolijo
y correría el riesgo de ser injusto al incurrir en omisiones
injustificables. Solo voy a mentar el nombre de Pedro Zabala. Sé que me
odiará por esta cita singularizada ¡Que le vamos a hacer! Con él me paso
una cosa curiosa. Siempre tuve la sensación de que, en aquella coyuntura
irrepetible, Pedro afrontaba lo que estaba por llegar con la serenidad,
con la claridad de ideas y con la lucidez expositiva de quien ya había
vivido todo aquello. Incluso con una cierta suerte de clarividencia para
prospectar el futuro que se avecinaba. Después he conocido de todo en
política, bueno, malo y mediopensionista. Nadie me ha hecho olvidar, sin
embargo, aquella intuición de una España y de una Rioja posibles y
deseables como la que supo trasmitirnos Pedro tan “tempraneramente”.
Ya digo; “Amigos de La Rioja” ha resultado ser una
monovarietal tempranillo. Por madrugadora, por autóctona y por
fiable. Y, para nuestra suerte, ya va para treinta años que fue
plantada. Va siendo viña vieja. La de los grandes “reservas”.
M.
Ángel Ropero
|