¿Quién es Armando Buscarini?

 

Armando Antonio García Barrios, ARMANDO BUSCARINI en los ambientes literarios y de la bohemia madrileña de principios del siglo XX, nace en Ezcaray (La Rioja) el día 16 de Julio de 1904. Hijo natural de María Asunción García Barrios y, tal vez, de un italiano del que pudo tomar el apellido para firmar sus numerosas obras, principalmente poesía.

Poseído de antemano por una suerte fatal capaz de conducirlo por los más extraños vericuetos, privado del más elemental sustento diario, delicado de salud, así física como mental que le lleva a la locura con poco más de veinte años, olvidado de todos de una manera injusta y muy cruel, no obstante se codea con lo más granado de la literatura: los hermanos Quintero, Rafael Cansinos Sáenz, César González Ruano, Eduardo Marquina, Ramón Gómez de la Serna, etc.

Tras numerosos internamientos en hospitales psiquiátricos, viene al de Logroño, donde  muere el día 9 de Junio de 1940. Éste es, de forma breve, el periplo de su vida, una vida de leyenda que acaso sin tardar podamos reconstruir a través de los numerosos opúsculos que publicó en medio de la más absoluta pobreza.

Su localidad natal acaba de dedicarle una calle con ocasión del centenario de su nacimiento y un pasodoble-marcha, del músico Víctor Monge Bengoa que se escuchó por vez primera el pasado día 2 de julio en los momentos previos a la presentación del libro ORGULLO. POESIA (IN) COMPLETA, que recoge gran parte de su poesía (Ediciones del 4 de Agosto).

Como pequeña muestra de la hondura de su creación, transcribimos a continuación uno de sus poemas:

 

ORGULLO

Aunque sufra del mundo los desdenes

de mi vida de artista en la carrera,

aunque pasen altivos a mi paso

los hombres de alma ruin que nunca sueñan;

aunque salgan aullando a mi camino

los famélicos lobos que me acechan

con la envidia voraz; aunque en mi lucha

hambre y frío sin límites padezca,

aunque el mundo me insulte y me desprecie

y por loco quizás también me crean;

aunque rujan tras de mí ensordecedoras

tempestades de envidia, aunque me vea

harapiento y descalzo por las calles

inspirando piedad o indiferencia,

y, en fin, aunque implacables me atormenten

las más grandes torturas, aunque vea

que a mi paso se apartan las mujeres

por ver con repugnancia mi pobreza

(pero quizá ignorando de mi alma

el tesoro de ensueños que se alberga),

nada me importará porque yo, siempre,

caminando sereno por la tierra

con el alma latiendo por la gloria

y flotante a los vientos mi melena

iré diciendo al mundo con voz fuerte,

con voz en la que vibre mi alma entera:

es verdad que yo sufro, pero oídme,

¿qué me importa sufrir si soy poeta?

 

Julio Arnaíz

 Calle en Ezcaray . Foto: Fede

 

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