Los Viñedos Milenarios del Logroño del Sur |
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Cuando finalicen las obras en las Casas Torre de la Calle Ruavieja y reconstruyan los lagares de vino en el lugar exacto de donde nunca debieron moverse, surgirá la inevitable pregunta: ¿y donde estaban las viñas de Logroño? Pues bien, algunos viñedos se documentan en el año 1047 cuando Munio, Abad del Monasterio de Irache, compra unas viñas en Torrillas cuya producción pudo destinarse a Santa María de Torrillas, dependiente en esta época de los Cluniacenses de Irache; y siete años más tarde al recibir este mismo monasterio nuevos viñedos de Fronilla, hija del rey García. En la segunda mitad del siglo XI la frontera de Navarra se desplaza hasta el Río Ebro y aparecen nuevos propietarios en estas tierras: San Prudencio de Montelaturce acepta de Jimeno Fortún la Iglesia de San Esteban de Torrillas con sus viñas. Era la época en que una parte importante de este espacio rural pasa a ser propiedad de la Iglesia de San Martín de Torrillas, que imaginamos para entonces dependiente del Monasterio de San Martín de Albelda. En La Rehoya de Torrillas, término rural próximo a San Adrián, existían algunas plantaciones de viñedo que un vecino de Logroño, llamado García Martínez, regaló a su mujer en 1398; y no muy lejos de ellas estaría la ermita de San Miguel de las Viñas, cuya denominación refuerza el interés toponímico para el tema que aquí tratamos. Las Agustinas Canonesas, o de Clausura, también tuvieron propiedades cerca del Convento de Los Lirios[1], pues en 1542 aparecen citadas en la venta de unas viñas del término Santa Cruz, paraje que situamos cerca de Torrillas[2]. Y es precisamente en Santa Cruz donde aparecen documentadas cincuenta obradas de viña, cuyos diezmos recibieron las ermitas logroñesas de San Blas y San Salvador, a finales del siglo XVI. Una parte importante de los viñedos aquí citados quedarán unificados con la anexión de Santa María La Redonda y San Martín de Albelda. Desgraciadamente esta riqueza toponímica fue desapareciendo a la vez que su población, pero aún podemos contemplar unas cuantas construcciones, muchas de ellas arruinadas, que recuerdan la vitalidad de un Logroño rural cuyas fincas de cultivo continúan recorriendo, prácticamente a diario, los últimos rebaños logroñeses. Este puede ser el escenario donde se desarrolló una importante actividad vinícola antes de comenzar el segundo milenio, la cual era compartida con otros cultivos tradicionales, como el cereal, y con la presencia de una cabaña de ganado cuyos pastos los garantizaban el Prado de Torrillas y el Prado del Concejo de Torrillas. No cabe duda de que existieron otros viñedos en la periferia de Logroño, pero pocos relacionados con núcleos de población tan vitales como Torrillas, Los Lirios o Santa Cruz, cuyo dinamismo queda patente con la presencia de los siete centros religiosos documentados en esta zona. Este importante patrimonio que describimos en el Logroño Sur puede ser el complemento a la riqueza etnográfica que ofrecen los lagares de vino de la Calle Ruavieja, pues será difícil entender la dimensión de la industria vinícola que allí aparece si adolece de la referencia histórica de sus viñedos. En este sentido, creemos oportuno insistir una vez más en la defensa de un Logroño rural que nos llega cargado de historia y que tiene los días contados, pues como diría el señor Delibes: está condenado a “llenarse de casitas”. Defensa que deberá contemplar la puesta en valor de los restos arqueológicos documentados y la integración de la toponímia medieval en las nuevas urbanizaciones, pues con ella contribuiremos a mantener la memoria histórica de este territorio. La descripción de estos viñedos ha sido una forma amable de explicar la existencia de aquel Logroño rural cuya vida transcurrió unida a las murallas de la ciudad a través del Camino de San Adrián. Una comunicación que utilizaron tanto las recuas de ganado, para transportar productos comerciales, como los labradores logroñeses para acarrear sus cosechas. El camino más corto para llevar cada noche el conservante a la ciudad desde la Casa de Nieve de Moncalvillo, y el mismo que recorrieron otros muchos gremios que no vamos a enumerar aquí. Se trata en definitiva, de incorporar al urbanismo actual un pasado agrícola inseparable de la Historia Medieval y Moderna de la ciudad de Logroño, destacando por su importancia el cultivo de la viña. Son pues, los viñedos milenarios y los lagares de vino con sus bodegas, los testimonios de un Logroño urbano y otro rural unidos históricamente por un “cordón umbilical” llamado Camino de San Adrián. Un conjunto etnográfico e histórico de primera magnitud que debemos recuperar para los nuevos barrios, de manera que los vecinos puedan disfrutar de la identidad histórica que les pertenece; algo parecido a lo que hoy hacen, aunque “tímidamente”, los ciudadanos del barrio de Varea. Pilar Pascual Mayoral. Pedro García Ruiz. [1] El actual sector urbanístico de Los Lirios no se corresponde geográficamente con el paraje que cita la documentación medieval, pues entre ambos lugares existen unos cuatro mil metros de distancia. [2] Es posible que la existencia de un segundo topónimo en Logroño relacionado con la Santa Cruz, sea el origen de la incorrecta propuesta de ubicación para la ermita de Santa Cruz. Próximamente explicaremos nuestro razonamiento sobre este caso acompañado de una propuesta alternativa.
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