La
Historia puede ser entendida como la ciencia que se ocupa de describir,
relacionar e interpretar el significado de los hechos acaecidos en el
transcurso del tiempo. Una de las formas a través de las cuales
percibimos este desplazamiento temporal, es la sucesión de los llamados
“hechos históricos”, que son los que jalonan el recorrido del tiempo a
fin de que este sea aprehensible, reconocible. Así, batallas, reinados,
conquistas, descubrimientos,,, son hitos que funcionan como indicadores,
como señales de que realmente se ha acabado, o se ha “agotado” un ciclo
histórico.
Por esta razón, las ciudades, pueblos, países,,, tratan de
mostrar y publicitar ciertos hechos acaecidos en su término para de ese
modo ingresar también en la Historia con mayúsculas, y recibir la
correspondiente ración de notoriedad que solo los acontecimientos
relevantes proporcionan.
Al lado de este planteamiento, cabe acercarse a otra manera de
entender la Historia, basada en la indagación sobre las condiciones de
vida y de pensamiento que dieron lugar a esos hechos, intentando
descubrir la pulsión humana que existió en ese discurrir temporal.
Como ilustración de todo ello, a continuación se propone un
repaso por la historia de un pequeño pueblo, Peroblasco, que no cuenta
con ayuntamiento propio, apenas dispone de terrenos u otras propiedades
y no figura , aún, en el libro sagrado de la historia.
La actual estructura de la localidad nos sitúa en el alto medievo,
es decir, en los años
situados entre los siglos IX y XII. De esta época data el trazado de las
calles y el emplazamiento de las casas, ubicados en torno y sobre un
saliente rocoso, y que, de forma circular, recorre todo el perímetro.
Esta estructura informa a cerca de la necesidad de defensa de la
localidad, ya que el pueblo se sitúa en un lugar relativamente
inaccesible, así como de la buscada protección entre los vecinos,
conseguida mediante el adosado de unas casa junto a otras. Por ello, la
concentración de las casas y el aprovechamiento de los escasos espacios
fértiles. Las riberas del Cidacos alojan los huertos que han
proporcionado los alimentos; el resto son montañas cuyas laderas están
cortadas en miles de terrazas, en ellas sembraban los cereales como el
centeno, la cebada, la avena y trigo.
En el siglo XVIII dio comienzo la
industrialización que alcanzaría sus momentos de apogeo a partir de
mediados del siglo XIX. A las labores del campo y la ganadería, se
sumaron las realizadas en los telares, lavaderos e hilaturas de Munilla.
Los caminos que aún se conservan entre ambos pueblos dan testimonio del
tránsito diario de gente que se desplazaba a trabajar a la capital del
municipio. Los molinos situados a lo largo del río indican también la
actividad harinera de la zona, que servía de puente entre la meseta y el
Valle del Ebro.
Y así, en esta tesitura, mitad campesinos y mitad obreros, se
presentaron el en siglo XX, manifestándose a finales de los años veinte
los síntomas de la crisis que se cernía sobre las industrias de la zona
y que terminó por hacerlas desaparecer para extinguirse la última de
ellas en 1959.
A partir de aquí, no les quedó otro remedio que marchar.
Desprovistos de los ingresos de las fábricas en una tierra cuyo cultivo
no podía ser mecanizado, las gentes marcharon a Logroño, Bilbao, Chile o
Argentina. El refugio que había sido durante siglos la esmerada
estructura urbana, con sus calles estrechas, protegidas del sol y del
frío, no fue capaz de garantizar los medios de aprovisionamiento para la
población.
Los escasos 800 mts. que median entre la carretera que se dirige
a Soria o a Logroño y el pueblo, son los culpables de muchas de los
acontecimientos de la vida de Peroblasco. Media en el recorrido el paso
del río Cidacos, al que hay que salvar por un puente, fechado en el
siglo XVI y de traza medieval.
Ese mismo puente, atravesado sin volver el rostro por los que
marcharon en los años cuarenta y cincuenta, fue de nuevo recorrido por
gentes que hicieron el camino inverso a partir de mediados de los
setenta. Jóvenes llegados de otros lugares, junto con los oriundos que
volvieron, comenzaron a reconstruir casas y pajares. Sobre el esfuerzo
realizado en todo ello y la determinación con la que ha sido abordado
valgan estos datos:
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Agua corriente en 1985
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Electricidad en 1989
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Teléfono en 1989
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Acceso desde la carretera hasta el río
en 1987
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Acceso desde el río hasta el pueblo en
1993
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Primera Fiesta del Humo en 1988
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Acceso a Internet en 2005
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Derrumbe de la Iglesia en 2005
-
Catorce Campos de Trabajo durante
siete veranos entre 1989 y 1995
Actualmente residen de forma permanente en el pueblo catorce
personas, más otras tantas que pasan allí la mitad del año, y un buen
número de visitantes de fin de semana, vacaciones. El pueblo tiene un
aspecto y una realidad habitable, aunque quedan servicios básicos, como
la captación del agua de boca, que aún no están resueltos.
En este proceso, también ha habido pérdidas, las de quienes nos
dejaron en algún momento de este recorrido, los molinos, cuyo abandono
acabó por hundirlos, algunas casas, que no resistieron el viaje que les
tenía reservada la historia y no aguantaron su renacer, la iglesia, que
desprovista de las tejas desde el año 1980 y abandonada a su suerte por
parte del obispado, acabó con casi todas sus piedras en el suelo en
Junio pasado…
La realidad de estos datos solo podría entenderse si no es desde
el compromiso y el trabajo de muchas personas, algunas de las cuales han
llevado el mayor peso de lo que se ha ido haciendo. Cientos de miles de
piedras, pasadas de mano en mano hasta ser puestas en el empedrado de
las calles de todo el pueblo, cientos de miles de golpes de azada y hoz
para segar las zarzas que se habían apoderado del pueblo,,,, cientos de
viajes a Logroño para explicar, que el pueblo existe y muchos más a
Munilla para hacer entender al Ayuntamiento que aunque distantes cinco
kilómetros, nos asistía y asiste el mismo derecho que a cualquier otro
vecino.
Quizás para la historia escrita con mayúsculas, estos hechos no
merezcan ser objeto de atención, ya que no dieron lugar a
acontecimientos dignos de sus anales, pero para las personas que
vivieron y produjeron con sus trabajos, desplazamientos y sueños cada
uno de estos pequeños actos es lo que dio sentido a su vida, el
suficiente como para que nosotros nos fijemos en ella.
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