Si
recuerdan los lectores en el iniciado juego de trazar una vida en su
discurrir, como si de valles y ríos se tratara, navegamos desde aguas
turbulentas a mansas anchuras de inherente madurez y estabilidad,
iniciando el umbral de la vejez en un quinto valle, con entrada sinuosa
por desconocida, pero que comúnmente da paso a un periodo de disfrute, sin
obligaciones, donde la salud cobra una nueva acepción que ya no perderá
hasta el final, el concepto se identifica con autonomía, con
independencia, y de ella se suele nutrir este recorrido, cada vez más
largo, cada vez más codiciado, cada vez más pretencioso.
Se trata del primer valle dorado que la tecnología y la ciencia ha permitido
en unos pocos años ampliar, celebrar muchos cumpleaños a bordo de una nave
ágil, creativa, soportada y autorizada por los poderes fácticos, habituales
habitantes de valles más altos.
Pero a pesar de lo sereno y
prolongado, este valle, esta vejez, no solo labra con el paso del tiempo,
nuevas formas en un cuerpo veterano sino que arrastra algunos cambios de
índole social y familiar que pueden poner en peligro una etapa concebida como
de segunda luna de miel.
A partir de este quiebro geográfico
que muchos en nuestro tiempo alcanzan, aparecen con demasiada frecuencia nubes
que enturbian el deseo de seguir navegando. En ambas orillas de este valle se
van quedando muchos de los compañeros de viaje, enlutando el alma y minando el
deseo. Cuerpos de amigos, de esposas y esposos, a veces de manera antinatural,
de hijos, dan forma a veredas tristes, donde la negación y el silencio se
convierten en el único equipaje de este todavía largo viaje. La sombra del
ciprés va cegando la luz que penetraba en este sexto valle que comienza y
cuesta atravesar.
Pero no solo las pérdidas de otros
suelen ser protagonistas de esta travesía sino un apostolado con la
enfermedad, con enfermedades que se han ido gestando en valles anteriores pero
que la vitalidad, la capacidad de respuesta, incluso la falta de tiempo, han
ido amilanando, silenciando. Hoy el ejercito de los defensores internos contra
todo tipo de agresión también ha sufrido bajas y muchos de sus lugartenientes,
como todo mi ser , envejecido, se declaran menos eficaces ante los enemigos
externos, que hacen fila, en las paredes del cauce, alimentadas por esas
noticias de “presa fácil”. Un buen entrenamiento a lo largo de toda una vida,
una vida reglada en todos los órdenes desde fases muy tempranas hacen que la
captura se retarde, que la resistencia opuesta sea todavía en licitud, sin
caer vencido en la primera lid, en brazos de la enfermedad y de la más temida
de las manifestaciones de ésta, que toma cuerpo ordenadamente en esta etapa:
la dependencia.
Estamos en un tramo del recorrido
que hemos de anunciar como muy peligroso. Zonas areniscas que encierran riesgo
por no tener fuerza, habilidad, a veces deseo, de zafarse de ellas y salir
airoso. Las energías para encarar contratiempos se han quedado muchas veces
junto a esa orilla sembrada por los que ya no están. Te llaman viejo, como un
manido insulto equivalente a inservible, a trasto y ahora si que no se
encuentran demasiados argumentos para defenderse. Hago muchos esfuerzos para
seguir remando por mi mismo. Los más benevolentes dicen de mi que soy un
anciano frágil, y no puedo desmentirlo. Han instalado a mi alrededor, en los
límites de mi anticuada barca que todavía me conduce, centros sanitarios que
buscan especialmente vigilarme, saben de mi vulnerabilidad, de mi escasa
resistencia. Mi cuerpo no se lleva bien con mi forma de pensar o de sentir. No
he notado ese descenso tan brutal en mi cotización (en esencia como ciudadano
de primera) y sin embargo, todos apuestan por ello: tu familia, el sistema
sanitario, los tutores sociales que empiezan a pujar para ver quien debe,
quiere o puede ayudarte en lo que tu vayas dejando.
Han podido transcurrir más de
ochenta años hasta llegar a este punto del camino. Ha de considerarse como un
éxito, como una conquista, como una hazaña de la nueva era, casi como un hurto
a la cara oscura de la naturaleza que durante siglos cercenó la vida. Pero
esta constatable algarada, lícita y celebrada por demógrafos, por politólogos,
por jóvenes aspirantes a una larga vida, no siempre tiene una correspondencia
tan clara en los que ya han alcanzado esa meta, en clara relación con el
estigma anunciado: la presencia o ausencia de dependencia, la necesidad o no
de otros para seguir remando en este ya irrefrenable viaje.
El séptimo valle está dedicado a
una navegación las menos de veces autónoma. La nave se ha tornado más y más
débil y en muchos tramos, desde la orilla, la familia (bendita amarra) y los
profesionales de la salud y de los servicios sociales, tiran de mi, me
conducen, me ayudan a salir a flote en algunos quiebros del camino. A estas
alturas, la voluntad es la que prevalece y lucha constantemente con esa
fatigosa andadura. No quisiera dibujar en mis líneas un valle al que no
debamos tener deseos de llegar, depende. Depende de en qué condiciones.
Depende de quien esté en condiciones de remar por mi cuando sea necesario,
depende de la cobertura de otras prestaciones que ahora día si y día también
voy a precisar.
En este último valle, de nuevo
aguas mansas pero lodosas, discurren junto a quebradas carcasas pero todavía
autónomas, grandes barcazas capitaneadas por otros más jóvenes que encierran
en sus colmenas centenares de viejos como yo. Naves comerciales de doradas
fachadas con la ya única misión de ayudar a recorrer este final de camino sin
olvidar que la dignidad, el respeto y los cuidados en su más amplia acepción
no se han de relajar por la docilidad o dependencia de los ahora
transportados. Hay afortunadamente muchas lanchas soportadas por nuestros
familiares que nos ayudan a recorrer este espacio alimentado por la inercia.
Barcas cargadas de amor, de homenaje y agradecimiento permanente, de loas a la
experiencia, de escenas que avalan para muchos, el éxito de haber llegado
hasta esta merindad. Para otros, un tiempo y recorrido demasiado largo cuando
el timón de nuestro cuerpo o nuestra mente no rige, un valle desdibujado,
cuando no vislumbras estímulos en las riberas, un paisaje desolador,
impenitente, cuando debes realizar el camino solo o conducido por desconocidos
que no reconocen nada en ti que merezca la pena
Al fondo, ese mar, suma
de todas estas vidas invertidas en recorrer, ascender, serenar, luchar, valle
tras valle, para conquistar epitafios que ahora en la inmensidad se confunden.
Es el fin de una historia de vida a través de siete valles que les invito
desde esta tribuna a vivir de principio a fin, con plenitud.
J. Javier Soldevilla Agreda
Profesor de Enfermería
Geriátrica. Escuela de Enfermería de Logroño