CARPE DIEM |
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Vayan por delante mis disculpas por caer en el tópico, pero es que es rigurosamente cierto que me parece que fue ayer cuando, empuñando una copa de cava y mis doce granos de uva, el que suscribe recibía el nuevo año 2005 con la tierna ilusión de quien estrena algo. Y ya ven, aquí estamos una vez más, entre lucecitas de colores y chundachundas navideños, cumpliendo el viejo y sempiterno rito del tiempo que muere y que renace. Como dijo una conocida periodista hace ya mucho tiempo, la vida sólo es vida porque existe la muerte, y nuestra realidad no es sino un viaje bravísimo en el tiempo. Estas reflexiones son, estoy seguro, el lugar más común que concebirse pueda, y cada fin de año cientos de miles de personas convergemos, entre un villancico y el turrón, en el mismo pensamiento: “qué rápido se pasa el tiempo, qué poca cosa somos”. Quizá sea porque los humanos vivimos contra el tiempo, intentando detenerlo, en el mejor de los casos, con el alfiler de nuestra memoria. Nos levantamos, nos vestimos y trabajamos diariamente contra el tiempo, y si a la vez podemos simultanearlo con alguna otra actividad, mejor que mejor. Y así todos los días. Y es que, tengo para mí, que uno de los problemas del individuo contemporáneo consiste en que vivimos la vida como si fuera un trayecto hacia alguna parte. Tendemos a quemar y a desdeñar el tiempo presente, como si la verdadera felicidad y la vida plena estuvieran siempre por llegar, y en ese desasosiego se nos escapa el tiempo y nos deshace. Incluso todavía hay ingenuos perversos que viven esperando grandes emociones que les saquen de lo cotidiano sin percatarse de la magia que tiene cada día, y que el arte de la vida consiste, precisamente, en hacer de la rutina una experiencia y una fuente del placer. Hace más de 2.000 años ya lo dijo Horacio en una conocida oda: “¡Cuánto mejor es soportar lo que sea, tanto si Júpiter nos ha concedido varios inviernos como si es el último éste que ahora azota el mar Tirreno con su oleaje adverso...! Actúa sabiamente: destila las uvas para el vino y, para tan breve tiempo, suprime las largas aspiraciones. Mientras hablamos, habrá huido la vida ansiosa... Goza el día que vives (Carpe Diem), confiando lo menos que puedas en el que ha de venir ”. La felicidad, probablemente, no sea cosa distinta de un estado de conformidad con uno mismo: con lo que cada uno es, con las cosas que hacemos y con la gente que nos rodea. Por ello, hagamos los deberes para este nuevo año que se acerca y pongámonos a vivir el tiempo, en vez de luchar contra él. Nuestra existencia es el aquí y el ahora. Y la vida una diaria explosión de luz que inunda nuestros ojos. Carpe diem a todos, y felices Navidades. Javier del Hoyo Martínez |
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