Cuando en el año
2000 publiqué el libro “Rutas Románicas en La Rioja”, puse como portada el
ábside de la iglesia de San Julián en Castilseco. No lo hice porque Castilseco
fuera el pueblo de mi abuela Gregoria, sino porque este ábside tiene algo,
“algo especial”, que lo diferencia del resto de los ábsides románicos
riojanos.
Llevo estudiando y midiendo esta
iglesia desde hace más de quince años y su ábside me ha inspirado a escribir
en más de una ocasión sobre la belleza y armonía de sus proporciones. Pero
¿qué tiene de especial este ábside? ¿Qué es ese algo?
Si lo contemplamos desde el exterior
vemos que el espacio entre el alero del tejado o tejaroz y el banco inferior
está dividido horizontalmente por una imposta (pequeño saledizo) desde la que
arrancan las ventanas, siendo la división vertical cuatro columnas adosadas,
que configuran tres tramos de iguales dimensiones, cada uno con su ventana.
Cada tramo, enmarcado por tejaroz,
banco y columnas, es un cuadrilongo, figura muy común en la geometría sagrada,
que consiste en un rectángulo que mide el doble de largo que de ancho y cuya
diagonal, por tanto, es la raíz cuadrada de cinco veces su lado menor. Esta
figura ha sido muy utilizada desde la Antigüedad por su relación con el número
de oro, el número Φ
(se lee “fi”).
El número de oro, o sección áurea,
se define como el cociente entre dos longitudes, de forma que la razón de la
mayor con la menor es igual a la razón de la suma de las dos con la mayor. Su
valor es 1,618… y se ha utilizado desde la antigüedad por considerarse una
proporción ideal, de hecho también se la conoce como “la divina proporción”.
Como ejemplo podemos indicar que la usaron los griegos en muchos edificios,
como el Partenón, los artistas del renacimiento (Leonardo da Vinci y otros) y
numerosos arquitectos y pintores de todos los tiempos.
Pues bien, en el ábside de
Castilseco la imposta está situada en la sección áurea de los tramos
absidiales, es decir, al dividir la altura de los rectángulos (cuadrilongos)
entre la distancia de la imposta al tejaroz obtenemos el número de oro.
Además la altura de las ventanas es
también la sección áurea del rectángulo que las acoge y, por tanto, la razón
entre la longitud de las columnas y la altura de las ventanas es el cuadrado
del número de oro.
No hay duda, este es un ábside
dimensionado con proporciones áureas; vemos claramente que sus elementos se
relacionan con la armonía del número de oro ¿cómo no va a ser hermoso un
ábside así?
Pero hay más. Las ventanas cuelan la
luz por una aspillera protegida por una moldura en funciones de guardalluvias,
pues bien, la longitud de la aspillera es también la sección áurea de la
altura del guardalluvias.
No es de extrañar que el exterior de
este ábside sea armónico y bello. Ya hemos encontrado ese “algo especial” que
mencionaba al principio: la relación áurea de los elementos arquitectónicos
del ábside. Ese algo que se percibe a través de la armonía de la proporción de
sus elementos. Ese algo de que le dotó un sabio maestro medieval. Ese algo que
cala en el alma, que no se sabe qué es y que produce la paz del ánimo. Ese
algo que no es fruto ni del azar ni de la casualidad, sino de la maestría y
sabiduría de un hombre, el primer maestro de Castilseco.
Pero hay más. Si pasamos al interior
del templo podemos seguir encontrando la proporción áurea en las medidas,
alturas y formas de diversos elementos: presbiterio, arco de acceso, bóveda,
cornisas…
Las relaciones áureas descritas son,
por tanto, sólo una muestra de la singularidad de este edificio, de su armonía
exterior e interior, de su belleza; y puesto que son pocos los edificios
medievales trazados en base a la proporción áurea, éste merece figurar dentro
de la Geometría Sagrada como ejemplo de obra armónica y bien realizada.
Este artículo es un extracto y adaptación
de la conferencia del mismo título impartida
en Castilseco el 20 de agosto de 2005
por Don F.J. Ignacio López de Silanes Valgañón
RESUMEN: Fernando Díaz de Cerio
|