ENVEJECER.... Un paseo hasta el quinto valle |
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El recorrido máximo de la vida del ser humano de nuestra era y tierra tiene un perímetro en años que bien pudiera estar tocando los ciento veinte, acortado por numerosos acontecimientos relacionados con el trabajo, la higiene de vida, pero encabezados especialmente por la presencia de enfermedad. Al igual que los siete valles y sus respectivos ríos que surcan nuestra Región, la singladura de la vida del ser humano se encadena también a siete posibles rutas no opcionales, de distinta longitud, espesura, dificultad, colorido, vicisitudes. Un recorrido que empieza con el discreto bullir subterráneo de ese primer río, como si surtiera del verdadero claustro materno de la madre tierra. Valle con valle se unen, el primero, con sus aguas, con su historia, con su madurez, con sus valores, desemboca en el siguiente y así, si no se trunca el camino, hasta que desde el último de ellos se funde con el más allá, oculta de nuevo sus aguas en la tierra y perece. Un primer valle, un primer río que desde su tierno y frágil nacimiento, circunda muy protegido por férreas paredes (familiares, sanitarias,...) a lo largo de suaves paisajes. Un camino de aprendizaje constante en cada curva del camino. Un cauce creciente al que se vuelcan todos para, con orgullo, verle discurrir recto. Son pocos los kilómetros, los años que uno pasa por ese manso paraíso para, sin previo aviso, caer en un segundo valle. Algunos lo dedican a la adolescencia y en su habitual breve trayecto se dibujan pequeñas y ruidosas cascadas. Meandros labrados en la indecisión, en el inconformismo arrastran hojas y lodos. A veces encuentran corrientes rápidas y tumultuosas con aguas cuyo color es difícil de precisar. Otras, los que desde otros valles más bajos observan con inquietud y con orgullo, ven como las orillas se ensanchan, se hacen sólidas, las tierras y las aguas se abonan merced a las inquietudes y al conocimiento que llega desde otros linderos. Otras veces, bajo el prisma de la desesperación, contemplan como este tiempo, el del crecimiento, el del ser o no ser, no encuentra sosiego, no halla criterio. En esta etapa, en este valle, se alternan días de tormenta y desbordamiento con luminosas, serenas, ricas y responsable jornadas. En su tierra firme se han construido centros de formación y de ocio para ayudar a modelar unas orillas todavía flexibles. Caudales que intentan ser tutorizados y que en apenas transcurridas dos décadas desde el principio de los tiempos, donan sus aguas al tercer gran valle, al valle de la primera madurez. Este tercer valle, tiene una longitud habitualmente un poco más larga. Comúnmente suele prolongarse otros veinte años más, y con el paso firme o titubeante que hayamos fraguado en la anterior estancia, va creciendo a una velocidad que a menudo es difícil de seguir, incluso por el propio protagonista. Son días de estruendo, de esfuerzo para alcanzar ciertas cotas, de paso firme o a veces de cambios bruscos y sorprendentes en el trazado. El valle que lo envuelve se cree ser el más sabio, alto, abrigado y luminoso, despreciando a menudo los otros, especialmente los finales, como si no existieran ni nunca fueran a ser acariciados por sus aguas. La vista y el ritmo frenético están puestos en un punto en el horizonte, que no llegan a vislumbrar. La bravura de sus aguas, hace que los servicios que han sido instalados en sus orillas dejen de lado la necesidad de cuidados en la salud, incluso en el aprendizaje, dando pasos a edificios financieros o de exaltación de la energía y la riqueza en todos sus órdenes. Son muchos en este terreno los cambios que acontecen. Es el tiempo donde se manifiesta realmente el cuerpo final que va a tener mi torrente, que dirección, que límites, que atalayas construiré en el interior de un valle que el mundo en el que hoy vivo exalta como el mejor. Es la juventud madura que surca esas aguas, el valor anhelado por todos, es el valle que todos quieren mostrar como el ideal para vivir, gozar, conquistar, pero a menudo se olvida, que indefectiblemente ese valle dorado da paso a nuestra cuarta morada, donde los proyectos bien elaborados se consolidan. El valle de la adultez madura dura menos que los que algunos desearan. Es un valle de continuidad, pero menos accidentado, más sereno que el anterior, con remansos respetuosos, aguas claras, salpicados por pasajeras aristas que tienen que ver con la herida de unos primeros signos del envejecimiento, en el cuerpo y en el espíritu, que no gustan y que habitualmente se consiguen sanar y olvidar con un pequeño esfuerzo, La ribera de este hermoso valle, está franqueada por grandes edificaciones dedicadas a la producción y al descanso, centrales energéticas que aprovechan ese fruto donado por la naturaleza pero modelado por el esfuerzo, espacios destinados a un debate menos estridente, áreas de ocio junto a centros que salvaguardan nuestra salud o intentan restaurar algún patrón de nuestro cuerpo que riñe con los cánones vigentes, sin que nadie nos recuerde, que estamos a punto de encontrarnos de lleno en este quinto valle, donde se inaugura sin precisión el envejecimiento al que daré entrada en las últimas líneas de este primer paseo. Suele ser el momento de la jubilación, ese día fatídico, en el que ingresas oficialmente en el territorio de la vejez. Esta zona de nuestra tierra y nuestra vida que a menudo olvidamos, está todavía trazada por tres valles bien distintos, con longitudes variables, pero que pueden consumir, de alcanzarse, hasta un tercio de ese reloj de arena con el que partimos al nacer. La vejez no es una etapa única ni homogénea como muchas veces quieren hacernos ver los de los valles altos. El día que habitualmente cumples sesenta y cinco primaveras, las compuertas del valle de la productividad, del alto rol social, desemboca en un valle de tintes otoñales, cuyo acceso es un estrecho desfiladero labrado por el desconocimiento de la mano de la ilusión, con una prensa confusa sobre el bienestar que se puede disfrutar en esta etapa del camino o las penurias que constantemente la amenazan. Suele ser un deseado umbral que clava en sus paredes notas con la palabra final, para lo relacionado con la actividad laboral, con el reconocimiento encadenado a tu trabajo, hoy ya pasado, pero también con la palabra bienvenido. Comienza un nuevo tiempo sin la obligación del día a día. Empieza un periodo que puede prolongarse cerca de veinte años, donde reencontrarse con tu familia o amigos de una manera distinta, donde recuperar acciones creativas, culturales, formativas que abandonaste en los primeros valles, donde cuidarte la salud (medidas de prevención, reconocimientos,...) para prolongar este viaje y mantener el don más valioso que ahora se manifiesta: la autonomía y la independencia. Pasado el estrecho recodo, descubres un río vivo, amplio, con un alto caudal fruto de la suma de las aguas teñidas en el trayecto de la vida. Tienes muchos años para remar con tu esfuerzo en estas mansas aguas, disfrutando de la oportunidad de ver y detenerte en donde creas, descubriendo nuevos lugares y gentes en las que antes no habías recalado, ayudando a quien y en lo que consideres necesario, con paso decidido para completar el recorrido programado. En esa nueva barca que seguirá pausadamente descendiendo a los últimos valles, caben muchas ilusiones y proyectos nuevos, un cuerpo diferente al límite entre lo normal y lo anormal que debo conocer y hacer durar adaptando el ritmo de mi remar a sus nuevos requerimientos. Un motor veterano pero sólido que debo someter a revisiones periódicas, pero enfrente un recorrido perfectamente saludable que se alimentará especialmente por el deseo y la imaginación. Son kilómetros, son años, posibles de ser recorridos con plenitud y la anhelada independencia para ese viaje, les aseguro que conquistable y duradera. Los valles que restan, inscritos en ese sello del envejecimiento, desgraciadamente no van a tener esta silueta, su claridad, su salud expresada en capacidad para seguir viviendo como antes. Van a ser valles donde otros habrán de ayudar a conducir esos sinuosos caminos, pero su análisis será motivo de un próximo paseo. Hasta entonces...
J.Javier Soldevilla Agreda Profesor de Enfermería Geriátrica. Escuela de Enfermería de Logroño
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