¿QUO VADIS EUROPA? |
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EUROPA EN GERMAN |
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El resultado más significativo de las pasadas elecciones al Parlamento europeo ha sido la abultada abstención. Millones de europeos han "pasado" de esta cita electoral. El euroescepticismo, cuando no un descarado antieuropeísmo, parece que gana terreno. ¿Quiere esto decir que la Unión Europea carece de futuro?. Desde luego, los partidos son los primeros que no se han tomado en serio la construcción de una Europa política. Para ellos, no deja de ser un tablero de segundo grado en el juego político real que desarrollan en el interior de los Estados. Y sus escasos votantes lo han hecho también en esa función. Los votos de castigo que han sufrido los partidos gobernantes en Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y en algunos de los nuevos adheridos son un ejemplo. El caso español es más perverso ya que tanto el PSOE como el PP plantearon su campaña electoral como una segunda vuelta de las generales. Pero Europa es –y puede serlo- mucho más que esta raquítica y paralítica Unión Europea. Siempre que se marque metas más ambiciosas que ser una unidad aduanera y monetaria, que un simple mercado. Hay quienes ven una oposición frontal entre los partidarios de la ampliación y la profundización. A los primeros, sólo les interesa un mercado mucho mayor y una fidelidad estricta a las normas de esa globalización del embudo que el primer mundo impone al resto del planeta. Los segundos apuestan por una compleja superestructura política, compatible con las actuales estatales que quedarían intactas. Frente a ambas se alzan las voces minoritarias de quienes levantan la bandera de la Europa de las etnias, pretensiones románticas e impotentes, que sólo resultan amenazantes cuando sirven de pretexto a terrorismos criminales. A mi juicio, no es desde los Estados ni desde las etnias, de donde puede brotar el surgir de la Europa política. Creo que ha de partir de realidades anteriores y más básicas, creadas en nuestro continente: los ciudadanos, los municipios y las universidades. Aquí se descubrió el individuo, la persona capaz de autodeterminarse desbordando los límites familiares, territoriales y profesionales, y por eso pudo formularse por primera vez la teoría de los derechos humanos, como derechos no creados sino reconocidos desde el poder y atribuíbles a todos los miembros de la especie humana. De ahí que la configuración de este edificio político haya de cimentarse en una ciudadanía europea, poseedora de esos derechos inalienables, civiles, procesales, políticos, sociales, culturales y abierta al reconocimiento de los nuevos que la civilización va demandando. En este momento histórico en que la humanidad abandona la vida rural y se urbaniza apresuradamente, el papel de los municipios se acrecienta. También la polis es un invento europeo. Si en otras culturas hubo grandes ciudades a merced de poderes despóticos, la ciudad como espacio de libertades nació en nuestras latitudes. El agrupamiento de viviendas, la calle y la plaza, la iglesia y los edificios públicos son lugares privilegiados para sentir el latido de la intrahistoria europea. En este ámbito de vida cotidiana, donde se desenvuelve la privacidad de las personas, puede y debe, a través de la más amplia descentralización de competencias, encontrar su acento y su sentido la vida europea. Y también las Universidades, nacidas en nuestro ámbito, que sin abandonar sus raíces locales han de vertebrar el horizonte de una cultura continental, abierto al resto del mundo. Lo que distingue a Europa son sus ricas diversidades entretejidas eso sí en un cañamazo inescindible. De las universidades puede rebrotar la conciencia de esa plural unidad europea que siempre han querido ocultar los aldeanismos estatales o étnicos. Partiendo de esas triples realidades pueden ilusionarse los ciudadanos con ese proyecto tan sugestivo como construir una Europa federativa, alejada de una burocracia asfixiante y lejana, y que esté asentada en redes subsidiarias que en cada uno de los niveles permitan la participación ciudadana para resolver sus necesidades. Son tres las exigencias básicas de una política europea, digna de tal nombre: Derechos Humanos, Estado del Bienestar y desarrollo económico sostenible. Con estos ejes clave, dentro y fuera de nuestra casa común, ¿sabremos los europeos de hoy, superando nuestro escepticismo y miedos, típicos de una sociedad envejecida, edificar el nuevo y necesario edificio político?. ¿Nos atreveremos a renunciar al paraguas proteccionista de los Estados Unidos y a entablar con ellos una relación común y leal, pero exigente en defensa del multilateralismo y del derecho internacional?. Pedro Zabala Sevilla |
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