Acercase a la REALIDAD

SENTIDO Y SENSIBILIDAD

Mientras dormimos, soñamos. Nos sirve para reparar energías perdidas y para archivar en nuestra memoria las informaciones recogidas durante el día. Pero también es bueno soñar en nuestras horas de vigilia, siempre que esa creatividad de la imaginación la volquemos en idear proyectos para luego llevarlos a la práctica. Otra cosa es fabular para evadirnos de una realidad que no nos gusta y mucho más patológico resulta confundir los productos de nuestra imaginación con la vida. Aquí entramos ya en el reino de las alucinaciones.

Confundirse es mucho más fácil de lo que nos parece. Ocurre a menudo que el filtro de nuestros intereses, deseos y temores, altera los datos que nos suministran nuestros sentidos. Lo hace incluso antes de empezar a percibir. Hay una selección necesaria entre lo que va a ser para nosotros la figura en la que focalizar nuestra atención y el fondo que la rodea. Recogemos fundamentalmente los datos centrales 19 además los periféricos. Unos y otros son necesarios, aunque con diversa intensidad. Pero cuando nos enfrentamos a una situación compleja y queremos estudiarla con objetividad, conviene cambiar de figura central, fijarnos intencionadamente en aspectos que antes para nosotros eran fondo colateral y convertirlos en objetivos básicos de nuestra percepción. Sólo así podremos captar en su globalidad una situación.

La verdad es que no solemos actuar así, sobre todo cuando una pasión fuerte perturba nuestro juicio. Hace pocos días oíamos a un poderoso autonómico despreciar lo que él llamaba "ruido de fondo". (Cada vez pienso más que el poder es el más poderoso alucinógeno que hemos inventado los humanos. Su adicción causa estragos en quien lo tiene,

pero todavía es peor el "mono" de quien lo tuvo 19 ansía recuperarlo). Ese ruido de fondo, cómo él lo llamaba -las protestas de los afectados por una reforma que piensa introducir- es un dato real que no puede permitirse el lujo de ningunear o menospreciar, achacándolo a intereses torticeros o a manipulaciones de oposición política, sindical o corporativa. Lo razonable sería estudiarlo en diálogo con los discrepantes 19 no escudarse en la prepotencia del cargo, recibido del resultado de unas votaciones, que pueda cambiar en sucesivas. (Al menos los que no creen en la necesidad de avanzar hacia una democracia participativa, han de reconocer que la alternancia en el poder, derivada de la voluntad de los electores, es una ventaja de esta democracia meramente formal).

Vivimos en un Estado en el que la palabra talante se ha puesto de moda. Cambiar de formas, pasar del empecinamiento soberbio a una actitud en que se muestra tolerancia y diálogo es un avance apreciado por la ciudadanía. Claro que ésta va exigir que sea auténtico y duradero. Si se redujese a mero camuflaje electoralista, el desencanto se traduciría en fuerte varapalo electoral. Cierto que el talante no es todo el programa, pero sí la forma de comunicarlo. Y cuando el pueblo escucha a sus gobernantes, lo primero que capta -aunque cierre sus oídos- es el talante con que se expresa el líder político. Aprecia inmediatamente si es un déspota que lo desdeña, aunque tarda en darse cuenta si es un embaucador que sólo trata de seducirle, halagándole para que acepte lo que se le quiere imponer. Un político leal es el que se dirige a su pueblo, hablándole a su razón y claro que también a sus sentimientos. Algo muy alejado del cinismo del prepotente o de la adulación mendaz del demagogo. No

se trata de decir sólo la parte de verdad que nos agrada, sino también la incómoda que nos perjudica. Ha de recordar no sólo los derechos, sino las exigencias que toda sociedad estable y justa impone a sus ciudadanos. Si es cierto que hay quienes se escudan en la realidad política (la realpolitik) para cínicamente olvidarse de los sentimientos y de las víctimas, no se pueden ocultar los sacrificios que aquélla impone para avanzar paso a paso, pero con firmeza hacia horizontes mayores de justicia y libertad.

También los ciudadanos hemos de acercarnos sincera y lealmente a la realidad. No lo hacemos cuando, egoístamente 13 cegados por nuestro bolsillo, hacemos oídos sordos a las lacras de los necesitados. Hemos de aprender a ver y a escuchar con nuestra razón y nuestra compasión el mundo que nos circunda q de cuya marcha tenemos nuestra parte alícuota de responsabilidad. Una de las formas de eludirla es encerrarnos en un pasota apoliticimno. Y otra es idolatrar la ideología o el político que admiramos, negándonos a ver los pies de barro que poseen como cualquier realidad humana. 0 ceder a la tentación de satanizar a los rivales del partido opuesto, como si en su programa y en sus actuaciones no hubiera cosas dignas de aprecio y acierto. ¿Por qué hemos de tender a pensar que son necios o tienen mala intención?. ¿Hasta cuándo hemos de ver que, en aras de la convivencia, haya grupo humanos, familias inclusive, en que expresa o tácitamente haya de prohibirse hablar de religión o de política?. Si lo que lo que nos separa a los seres humanos de la animalidad es el don de la palabra ¿en qué siglo aprenderemos a dialogar con respeto?.

 

Pedro Zabala Sevilla 

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