¡ Añoranza
¡ ¿ O podría decir esperanza de recuperar la silla a la
puerta de casa y dicha puerta que estuviese abierta ?
Que
cambio hemos dado, en estos tiempos en que todo es correr y
correr. Las jornadas de trabajo comienzan en el mismo lugar
donde acaban: en nuestro pequeño reducto que llamamos pisos,
los cuales convertimos en verdaderos castillos, con túnel
secreto de salida. No tenemos tiempo de asomarnos a las almenas,
para ver a nuestros vecinos.
Entramos
y salimos por dicho túnel, con nocturnidad y alevosía, como si
los de al lado fueran enemigos. No nos relacionamos con ellos;
alguna que otra vez coincidimos en esos túneles (ascensores,
garajes, etc) y lo justo intercambiar un saludo. Es lógico: no
podemos preguntarle como están sus niños si nunca nos hemos
preocupado si los tiene, de su trabajo si tampoco nos ha
interesado, en fin, del único tema que podemos intercambiar
unas palabras es del tiempo o alguna noticia relevante oída en
nuestros muchos aparatos individuales que poseemos.
Sin
embargo, es curioso que estemos ávidos de relaciones dado que,
en el puesto de trabajo, nos han cambiado a nuestros 3
compañeros por un señor llamado Olivetti.
Llegan
los días de fiestas, salimos por nuestros túneles, hacemos
unos cuantos kilómetros para ir a la fiesta o celebración de
cualquier pueblo recóndito, y allí nos encontramos al vecino,
ese que vemos de vez en cuando en nuestro túnel y con el que
intercambiamos un saludo. Entonces nos paramos, ¡ pues ¡ como
así por aquí, … ¡ Ah ¡ pues no lo sabia , ¡ Sí ¡ es que
fulanita es de aquí ………
Como
puede ser posible que vivamos puerta con puerta, incluso tabique
con tabique, ( y encima estrechos) y no hayamos hablado de
dónde somos, si tenemos hijos o no, etc
No es un
interrogatorio, simplemente preocuparnos por el de al lado y él
por nosotros.
Esas
tertulias que todas las tardes ( ya al anochecer) se realizaban
en la puerta de las casas, muchas veces, si el tema del día era
muy importante, llegaban a reunir a todo el barrio. Se hacia un
repaso de la jornada, de la familia, del pueblo; nadie corría a
sus casas para poner una u otra cadena de televisión para oír
lo que ha sucedido.
Era una
excelente terapia de grupo: todos contábamos nuestras cosas, el
extrovertido muchas más pero también el introvertido (ya que
nadie era extraño) nos conocíamos: éramos una gran familia,
como un segundo anillo de la nuestra. Ahora, sin embargo, hasta
la familia cercana necesita alguna excusa especial para
juntarse.
¿ Porque
hemos perdido estas relaciones ?
¿ Será
el trabajo, el stress o la nueva forma de vivir ?
¿ Nos
estamos volviendo esclavos de nuestro progreso ? Antes había
gente que vivía sola, pero ahora hay mucha gente que vive y
está sola.
Vivir con
menos lujos (necesidades creadas) y relacionarnos más sería un
buen remedio para la soledad que nos persigue.
Intentemos
recobrar lo bueno de nuestros pueblos: esas costumbres sanas,
esas charlas de media tarde, y otras muchas aptitudes que hemos
ido perdiendo a cambio de una calidad de vida ficticia.
Ahora,
para estar un rato mirando al cielo, tiene que convocarnos
algún colectivo, decirnos que se va a divisar tal planeta o una
lluvia de estrellas en la noche de San Lorenzo. Antes era
práctica habitual, ya que se vivía más en la calle.
No hay
que renunciar a ningún progreso ni a ninguna nueva tecnología
para seguir disfrutando de lo natural.
Recobremos
la silla en la puerta, conozcamos a nuestros vecinos, vivamos
nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestra comunidad, nuestra
nación; en fin, el día a día de nuestro mundo.
Federico
Soldevilla Agreda |