SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA HÍPICA

Logroño era un bullir de metales bruñidos, charoles, rasos y pasamanería, restallando en pecheras, bocamangas y hombreras. A la menor ocasión los uniformes desbordaban en paseos, terrazas y misas mayores. La población se dividía entre militares y civiles y un somero ojeo a la calle en hora de asueto arrojaba el dato aparente de que los porcentajes respectivos se repartían por mitades. Paradas marciales y desfiles jalonaban profusamente el calendario anual de conmemoraciones Cines, estadios, cosos taurinos y circos engolosinaban al soldadito raso con precios especialísimos. Y los cadetes de las distintas academias no se desprendían de sus galas de paseo ni aún en tiempo de vacaciones, conscientes ellos de las encontradas emociones que a su aguerrido paso despertaban.

Los acuartelamientos, dependencias e instalaciones castrenses asentadas en la ciudad constituían el elemento urbano más dinámico y notorio. Ellos marcaban los bioritmos ciudadanos y las cadencias horarias, ora bombeando hacia las calles tropa en desbandada, ora barriéndola de aquellas en un pis pás mediante el apremio atosigante y amenazador de la retreta. Rebasando los muros de los cuarteles, los cornetines de órdenes lanzaban sus agudos más sostenidos a la vía pública, e instalaban en el espacio civil la evidencia cotidiana del concreto modelo social que se vivía. Festejos patronales de las distintas armas, recepciones con cabezazo de adicción y acatamiento, saraos con viejos aromas de Baile en Capitanía, (versión provincias)... La ciudad por momentos era decorado de opereta prusiana. Y a veces espacio escénico que acogía de forma desigual una doble representación. En el centro de la escena una inacabable función épico-imperial al estilo Rambal. Y en un rincón del proscenio un drama social, descarnado y lacerante, de perdedores hambrientos, asustados, humillados, ensimismados y perplejos.

Pongamos que hablo... de mi infancia.

Hospital Militar Foto: Fede

Hace un par de meses se ha producido el cierre definitivo del Hospital Militar. Con él se ha clausurado el último espacio clásico -el último recinto operativo - de los asentimientos castrenses en Logroño. De aquellos solo quedan en la ciudad tres pequeños pabellones con funciones burocráticas y representativas.

Una vez más, la historia se ha comportado pendularmente. No descubrimos nada nuevo. Sin embargo vale la pena dar un repaso al pasado inmediato.

Durante algo más de dos décadas este país se ha aplicado a restituirse a si mismo los perfiles civiles requeridos para dar la medida exigible en cuanto a libertades y modernidad se refiere. Esta exigencia (y otros condicionantes) han determinado una profunda transformación en el paisaje urbano de Logroño. Enormes espacios han quedado liberados de su vinculación a usos castrenses al desaparecer los acuartelamientos que en ellos se asentaban. Diversas fórmulas de reversión a la ciudad de estos patrimonios conformaron pactos con los distintos Concejos concernidos. Todos ellos mediante variados acuerdos de contraprestación (compraventa, permuta...) a satisfacer por el municipio. Contraprestación che muy cuestionable exigencia, toda vez que las cesiones que en un lejano día se hicieron de dichos solares al Ejercito por parte de la ciudad no contemplaron entonces pago alguno a satisfacer por el Estado, y sí "pactos de retro" para el caso de que los espacios cedidos fueran desafectados del uso comprometido.

En el caso de la clausura y enajenación del antiguo Hospital Militar se vá mas allá. La valoración desmesurada en que el Ministerio de Defensa tasa el espacio desafectado, aleja de los precedentes inmediatos (negociaciones con el Municipio seguidas de acuerdo) la forma elegida en esta ocasión para enajenar dicho espacio. En principio se opta (muy insolidariamente) por activar la vía de la subasta. Se abre una vez más la caja de Pandora. De nuevo el fantasma de la especulación tutelada, de las finanzas creativas, de los intereses creados entre los de siempre, del riesgo de macizamiento de la ciudad a expensas de antiguos espacios públicos y dotacionales, de la pérdida de conjuntos de interés histórico, monumental y arquitectónico ... sobrevuela por encima de legítimas expectativas de los ciudadanos, y al margen de las promesas electorales y de las exigencias más básicas del sentido común. Se dá en este caso además la circunstancia de que mientras Defensa enajena su patrimonio desaforadamente, Justicia sucia por su parte busca, al parecer con idéntico ahínco, un espacio adecuado para instalar su "ciudad judicial" en Logroño. !Perobueno! ¿No estamos hablando de dos Ministerios presentes en el mismo Consejo de Ministros? ¿Qué sentido tiene poner en marcha un mecanismo especulativo, empobrecedor de la memoria histórica de la ciudad y encarecedor del suelo, activándolo desde un departamento ministerial, mientras que desde otro se intenta un acomodo conveniente y digno para la futura sede de la Justicia en la misma población? ¿No es una exigencia de lógica elemental que ambos departamentos ministeriales pongan de acuerdo sus mutuos intereses y finanzas y de paso eviten daños y agravios a una ciudad que durante mas de un siglo ha ofrecido liberalidad, hospitalidad y aprecio a la institución militar? ¿Por qué han de hacerse las cosas de la peor manera posible, una vez mas? ¿Es un voto? ¿Es una promesa? ¿Es una expectativa conveniente para algunos? ¿Son simples ganas de fastidiar?

Decía al inicio que la huella castrense ha quedado drásticamente borrada de la faz de la ciudad. Miento. Queda "La Hípica".

Hípica Militar -Foto Rubén Martín

Esta reliquia de un pasado ya no tan reciente merece párrafo aparte. Nadie sabe muy bien por qué el Ejercito español (una vez derribados los cuarteles, desmantelada la Intendencia y desaparecida la estructura sanitaria específica de la defensa) ha centrado su actuación en Logroño en ejercitar a civiles en el noble juego del tenis, garantizarles sus largos de piscina y sus baños de sol y en algunos casos -los menos -, facilitarles la práctica de la equitación. Qué hace ocupando (sin otra finalidad conocida) unos espacios privilegiados de la zona dotacional deportiva y recreativa mas cualificada de Logroño. Hay quien percibe en este superviviente un tufillo a espíritu de casta, a nostálgico refugio de vencedores de antaño, a coto cerrado para encuentro entre homólogos sociales, a espacio privilegiado para unos pocos financiado fundamentalmente desde los recursos aportados por muchos y hecho posible gracias a infraestructuras de titularidad pública. Ni entro ni salgo en este debate. Sí debo aclarar, en aras a la verdad, que tales insinuaciones dé clasismo y privilegios son, en buena parte, injustas. Durante mucho tiempo esta institución recreativa acogió hospitalariamente a multitud de jóvenes pertenecientes en su mayoría a los estratos mas populares de la sociedad, a los que incluso les facilitaba la ropa de recreo (modelo buzo -línea caqui), y a los que ejercitaba en prácticas no estrictamente deportivas pero sí tremendamente físicas (tales como limpiar cuadras, cepillar caballos, trajinar estiércol, jarrear y fregar fondos de piscinas, barrer pistas de tenis, servir martinis secos a las coronelas y otras actividades vacacionales muy disfrutables. La única tarea auxiliar o de apoyo que no tenían asignada era -claro está- la de extenderle la crema para el sol por espalda y muslos a aquella sobrina rubia del general, tan maciza.

Otras Hípicas Militares han desaparecido por imperativo de sensibilidad social y como aportación al desenvolvimiento urbanístico y dotacional de las ciudades respectivas (el caso de Zaragoza por ejemplo) L a de Logroño sobrevive mas alía de la propia estructura militar que existió en su día en esta plaza y al margen del mandato competencial que la Constitución otorga a la Milicia, que nunca ha sido -que se sepa - el de tener entretenidos a burgueses.

Tal es su singularidad y su rareza que lo procedente sería -digo yo - declarar a la Hípica Deportivo Militar de Logroño especie protegida.

Cuando las "Historias de la puta mili" sean irreversiblemente historia, cuando la guerra sea un botón, cuando la cabra de la Legión –aburrida - se haya tirado al monte definitivamente ...aun entonces ¡nos quedará la Hípica!.

 

Miguel Ángel Ropero

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