MI INCLINACIÓN POLÍTICA

Desde mi más tierna juventud, he tenido interés y preocupación por la cosa pública. No soy apolítico -idiotas, los llamaban los griegos- ni político. Me declaro im-político, sin filiación partidista alguna.

 Por eso, a bastantes de los que me conocen a medias les desconcierto.  No encajo en sus categorías clasificatorias. ¿Qué etiqueta ponerme?. Como enjuicio, con todo respeto y libertad , las situaciones y declaraciones de personajes y personajillos que me impelen a manifestar mi pensamiento, parece que no saben situarme. Además,  como intento conocer la génesis de lo que ocurre, sus antecedentes de ayer y de hoy, y los analizo sin sentimentalismos, aplicando mi sentido crítico, lo que expongo suele chirriar a los fanáticos extremistas que tanto abundan. Me dirijo a la razón y me gusta lanzar preguntas que inciten a pensar a posibles lectores.

 El otro día tuve que ir al cardiólogo para pasar mi ITV de la patata, hace cuatro años remendada. Después de inquirir cómo me encontraba, me preguntó si actualmente estaba muy entretenido. Su pregunta podía tener una doble intención, por un lado distraerme, para que entrase relajado a las pruebas diagnósticas de electro y eco cardiogramas. Por el otro, averiguar mi opinión sobre la situación política. Le contesté que yo siempre estaba muy entretenido. Entonces, me preguntó abiertamente qué opinaba de Cataluña.

 Mi respuesta se fue por la sequía, el cambio climático, los fuegos en Galicia. Para acabar diciendo que en todas partes hay incendios con pirómanos descarados y otros que se disfrazan de bomberos. Entonces dio el nombre de un pirómano y como disfrazado el de un señor con barba que es gallego. No lo negué, pero lo completé diciendo que de ambas especies, hay que hablar en plural.

 Creo que ha llegado el momento de confesar mi inclinación política: soy un ácrata democrático o un demócrata ácrata. Como tal enemigo de todos los estatismos. Abomino de las fronteras, detesto las independencias y las dependencias, creo en la interdependencia. Mi sueño utópico es de una democracia plena, o sea económica, social y política. Soy ateo de las naciones políticas y de las soberanías nacionales, agnóstico de los partidos políticos. Sueño con unas patrias escalonadas, desde la más local, ascendiendo por otras intermedias hasta llegar a la gran Matria de la familia humana, con poderes de abajo arriba, combinando los principios de subsidiariedad y solidaridad. Frente a los odios xenófobos, me apetecen los mestizajes integradores. Y defiendo una ética de responsabilidad hacia todas las víctimas de este sistema injusto -el neoliberalismo-, hacia las generaciones futuras y hacia la Casa Común.

 Sé que este sueño, al que no renuncio, es utópico. No lo veré y difícilmente mis descendientes. Y no sólo por la resistencia feroz y ofensiva de los grandes poderes, económicos, políticos y mediáticos. Sobre todo, por la escasez de auténticos demócratas. ¿Cuántas personas hay que, sin ocupar cargos públicos, trabajen por el Bien Común, entregando gratuitamente tiempo y esfuerzos en cualquiera de los ámbitos de la sociedad?. ¿Cuántas que se nieguen a pagar tributo en el altar del dios dinero -la Mamona en lenguaje bíblico- y no se afanen por poseer y excluir?.

Pedro Zabala Sevilla

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