LA RAZÓN ENTRE MITOS

El diario La Rioja, en su edición de 31 de agosto, trae una entrevista al profesor Don Gustavo Bueno, con ocasión  del homenaje de su ciudad natal. Es una delicia leer sus palabras, aunque no se compartan algunos de su planteamientos. Ver, a sus 90 años, con qué lógica de su escalpelo racionalista disecciona las cuestiones que trata. (Siento envidia de sus alumnos: tratar de cerca a un maestro que enseña a pensar críticamente. Es de suponer lo que opinará de quienes repiten papagayamente sus asertos, con la máxima autoridad del “magister dixit”).

Afirma, y aplaudo, que la nación “no es una idea mística, sino muy materialista”. Ya que para él “es el territorio donde están las casas, las riquezas, los metales, el ganado”. Según pienso, la nación política es un invento de la burguesía, esa clase social que hace del negocio la base de su existencia. Frente a la clase dominante, la nobleza terrateniente, la revolución liberal proclamó contra el Antiguo Régimen, dividido en castas, la bandera de la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Y con dos bases claras, la unidad de mercado dentro del territorio y la propiedad privada, y con una libertad básica, la de opinión. Por eso, el territorio en esta concepción tiene un significado distinto que bajo las  monarquías absolutas.

La nación es anterior a la Constitución, claro, ya que ésta es su mera formalización jurídica. Añado que todas las naciones son fruto de la labor de un nacionalismo. Y en éstos, al lado o por debajo de cualquier planteamiento racional, hay características pasionales, recogidas en forma de mitos. Uno de índole doctrinal, ese supuesto estado de naturaleza, del que los humanos salimos a través del contrato social.

Y luego los de índole histórica. En Francia, arquetipo de las naciones europeas, el mito del imperio franco, típico del régimen borbónico, fué sustituído, en su Revolución, haciendo de los galos, los primeros franceses. En el caso español, el nacionalcatolicismo sirvió de argamasa en su versión castiza, reforzada en la lucha contra el Islam, durante el período histórico llamado Reconquista. Sin olvidar a los que hablan de la Celtiberia insumisa frente al invasor romano. ¿Hay quien se remonte a Atapuerca?. Los nacionalismos periféricos tienen también sus propios mitos de los que intentan deducir las raíces de su existencia. La mera razón es insuficiente, esa pasión mítica les es necesaria para que sus creyentes se apresten a morir o matar en defensa de ese ideal.

Hay varios factores históricos que explican por qué la revolución liberal y su intento de convertir en mercancías, la tierra, el trabajo humano y el propio dinero, no triunfaron más que a medias en España pesar de la abolición de los señoríos, de los mayorazgos y las leyes desamortizadoras. Por un lado las guerras carlistas, formas de resistencia campesina, similares a las del Tirol y la Vendée, envueltas aquí en un pleito dinástico. En segundo lugar, la alianza liberal con los conservadores, los terratenientes latifundistas. Y por último, pero no menos importante, el papel de la jerarquía católica que no quería perder su poder y condicionaba al poder político, salvo los intervalos de las dos Repúblicas. En el terreno económico, la alianza de los latifundistas del centro y del sur con las burguesías catalana y vasca, para imponer un proteccionismo aduanero explica nuestra situación.

A los que ya tenemos unos cuantos años, recordamos que el territorio nacional era mayor. Primero fué Sidi Ifni, conquistado por Marruecos en un guerra que nos ocultaron. Luego, Guinea y Fernando Poo, otras dos provincias, fueron descolonizadas. Y más recientemente, la Marcha Verde, en las postrimerías del franquismo, dejó a los saharauis, ciudadanos españoles, como apátridas o súbditos de Rabat. Y ¿qué decir de Olivença, la villa que la monarquía española birló a Portugal?. Claro que podemos acogernos a la Constitución para frenar cualquier veleidad secesionista.

La soberanía nacional, ese mito político, vertebrador del Estado tiene hoy demasiados jirones, fruto de la integración en la Unión Europea. Desaparecieron las aduanas interiores en el espacio común, tenemos una moneda supranacional y la política económica nos la dicta la Troika. Los partidos turnantes en el Gobierno Central  modificaron la Constitución para aplicar sus reglas de austeridad. Y se están negociando varios Tratados Internacionales que, en nombre de la libertad absoluta de comercio, permitirían el desmantelamiento de los servicios públicos esenciales para facilitar la implantación de empresas multinacionales, libres de trabas reguladoras interiores. ¿Podemos creer que los actuales Estados nacionales o los estaditos desmembrados que se pretendan crear, puedan enfrentarse a esta avalancha globalizadora?.

Pedro Zabala Sevilla

Volver a OPINIÓN