LA VIDA, SUCESIÓN DE ENCUENTROS
Si nos paramos un momento a reflexionar sobre la vida, sobre el sentido de la experiencia, nos daremos cuenta de que ésta es una sucesión de encuentros, la mayor parte involuntarios. Sin apenas buscarlos, éstos surgen por doquier durante todos los días. Y lo que es más importante, nosotros somos, hemos llegado a ser, vamos siendo, quienes somos gracias a la calidad y calidez de esos encuentros. Ya desde nuestra aparición a la existencia. Con un tiempo de vida intrauterina relativamente corto, nacemos totalmente inmaduros e indefensos. Nuestra misma supervivencia y nuestro desarrollo personal y social dependió de la acogida que encontramos en el grupo humano donde vimos la luz: el cariño, la transmisión del lenguaje y loa relatos míticos que configuran la cosmovisión y los valores de ese grupo. La leyenda, más o menos con base histórica, atribuída a un experimento de un Faraón egipcio o de un káiser prusiano, de ordenar separar a unos niños de sus padres y de que fuesen criados por nodrizas que solo se encargaban de su nutrición, siéndoles prohibida toda caricia o comunicación verbal con ellos, con el resultado de que todos murieron en poco tiempo, ilustra mejor que cualquier explicación la necesidad de esos encuentros amorosos en los primeros años de su infancia. Hace poco ví un vídeo sobrecogedor: Dos gemelos, niño y niña que habían nacido prematuramente, fueron separados y colocados en sendas incubadoras. El varón, más débil, no parecía sobrevivir y cuando estaba casi al final de su existencia, a un médico se le ocurrió una idea feliz. Colocó a los dos niños en la misma incubadora. La hermanita, más fuerte, abrazó a su gemelo y el niño pareció revivir, y pudo salir adelante. La plasticidad de nuestras neuronas cerebrales y de nuestro psiquismo no se cierra en la primera infancia. A lo largo de nuestra vida, vamos teniendo otros encuentros. Unos intensos y duraderos, otros débiles y fugaces. Pero todos nos dejan recíprocamente huella indeleble. He llegado a ser un yo, gracias a esos tús con los que me he relacionado. Y cada día nos puede traer la sorpresa de un encuentro fuerte con una persona antes desconocida o con alguna ya presente anteriormente en nuestra vida a la que, sin saber por qué, empezamos a ver de otra manera. La sabiduría ancestral africana, lo recoge en ese vocablo zulú, UNBUTU: una persona es una persona a causa de las demás. Todos los encuentros tienen un impacto emocional, mayor o menor, positivo o negativo. El caso es que nunca sabemos del todo, por qué unas personas nos caen bien casi a primera vista y, en cambio, otras nos producen rechazo; sin contar, claro, los que nos dejan relativamente indiferentes. Y claro, nunca podemos ser responsables de nuestros sentimientos que brotan en nosotros totalmente independientes de nuestra voluntad consciente; de lo que seremos responsables es de la conducta que tengamos con las personas. De si respetamos su dignidad o las empleamos de instrumentos para nuestros fines, por interés, capricho o pura maldad. Ser amables y atentos con quienes nos caen bien, nos resulta extremadamente fácil. Lo que nos resulta cuesta arriba es cuando nos tropezamos con aquellas otras personas que nos resultan antipáticas. Y claro, si a regañadientes, como una imposición externa o para quedar bien, nos esforzamos por aparentar una acogida amable, se nos notará y los demás -y nosotros mismos- nos encontrarán hipócritas. He aprendido dos consejos que nos puede ayudar en esa situación. Primero preguntarnos ¿ese defecto que encontramos en esa persona que nos resultante irritante no será nuestro y sin que lo reconozcamos conscientemente, lo proyectamos sobre ella?. Y segundo, esforzarnos en descubrir cualidades positivas en esas personas que seguro que las tienen. Los creyentes sabemos de esa Realidad última que constituye el fundamento del ser de todas las cosas. En la tradición cristiana, se expresa en ese Tú, cuyo amor incondicional expresado en Cristo, el Hijo mayor, nos convierte a todos los humanos en hermanos. Y esa relación estrecha con el Tú divino podemos vivenciarla en la oración, en la contemplación de la naturaleza y sobre todo en el encuentro compasivo con los hermanos, especialmente con los necesitados, las víctimas, con todos los crucificados de la historia... Pedro Zabala Sevilla |