DE LEGITIMIDAD Y LEGALIDAD

Es inaudito, pero a estas alturas de la película histórica, todavía hay quien confunde lo legal con lo legítimo. O juega, para engañarnos, a intentar hacernos creer que es lo mismo. Puede que ciertos interesados o ilusos caigan en la trampa. La mayoría, y dentro de ella, quien lo sufrido en sus propias carnes, sabe nítidamente que hay cosas legales totalmente inicuas y otras perfectamente éticas, tachadas de ilegales e incluso punibles.

 En una democracia, aunque todavía estemos muy lejos de esa utopía, tenemos claro que el poder deriva del pueblo. Un gobernante legítimo será pues quien llega al poder, no por la fuerza, ni por el engaño de unas promesas torticeras, ni por chapuzas en el recuento de los votos, ni al amparo de una ley electoral tramposa, favorecedora de su privilegio y/o el de sus cómplices turnantes, sino a través de unas elecciones limpias. Con  ello, tendrá la legitimidad de origen para gobernar. Pero ésta sóla no basta. Necesita además la legitimidad de ejercicio: que su gobierno se ajuste al bien común, cumpliendo  sus promesas electorales o explicando las razones por las que no pudiere hacerlo. Por ello, arruinará su legitimidad si abusa de su poder poniéndolo al servicio de los poderes fácticos o favoreciendo a sus partidarios, en una práctica de corrupción y falta de transparencia.

 La propiedad, individual o colectiva, es legítima cuando su origen no se debe a la rapiña, al engaño, a esquilmar a la naturaleza, a la especulación. La legitimidad de origen en la posesión de bienes exige que deriven del trabajo honesto para satisfacer las auténticas necesidades humanas, cuando se respeta la naturaleza, se paga el precio justo a proveedores y un salario digno a los trabajadores, se cobra lo equitativo a los clientes, no se defrauda al fisco.  Pero su disfrute exige también la legitimidad de ejercicio: Por una lado, que cada bien se destine al fin que le corresponde por su naturaleza, ¿hay algo más ilógico y antiético que la vivienda, bien necesario para cubrir la necesidad humana de morada, se haya destinado, en los años de la burbuja inmobiliaria, y se pretenda que lo siga siendo, a un fin especulativo?. Y por otro, que aquello que exceda de la satisfacción de lo necesario, se comparta con aquellos que carecen de lo más elemental: Si no se cumplen estas dos legitimidades, de origen y de ejercicio, ¿no tendremos que dar la razón a quienes sostenían que la propiedad es un robo?

Pedro Zabala Sevilla

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