CHURRAS, MERINAS Y CHAMARITAS

Decía un viejo refrán castellano que no había que confundir las churras con las merinas. Hay quien lo hace, o por error o interesadamente. Viene esto a cuento de que algunos achacan los males que padecemos al sistema autonómico y como no se atreven a postular abiertamente al modelo unitario centralista, han alzado sus voces pidiendo la reducción del número de autonomías. Así hablan de reunificar Castilla, metiendo en mismo saco a castellanos, manchegos, leoneses, cántabros y riojanos. (¿por qué no también a los andaluces?). La confusión entre corona de Castilla y Castilla aletea otra vez más (similar a la que se produce en el extremo oriental de la vieja piel de toro entre corona y reino de Aragón). Resulta curioso tener que explicar a estas alturas que las chamaritas no son ni churras ni merinas y que los riojanos somos un Pueblo del valle del Ebro cuyos intereses y horizonte tienen mucho más que ver con navarros y aragoneses que con los habitantes de la meseta. Eso no quita para que seamos una Tierra abierta, sin fronteras cerradas, y que no ignoremos lo que tenemos en común con nuestros hermanos castellanos.

 

Pero vayamos a la raíz del problema:

-Los males del sistema autonómico están en su mal planteamiento y en su pésima ejecución. Están en poder de partidos no autonomistas, los dos mayoritarios responden más a las consignas de Génova y Ferraz que a las necesidades de sus territorios o nacionalistas, cuya lealtad institucional es más que dudosa. Han tratado de convertir las comunidades autónomas en miniestados.

-Todo el entramado institucional ha servido como agencia de colocación, en altos puestos ejecutivos o de asesoramiento, para los afiliados y simpatizantes del partido que controla la administración correspondiente. Por eso, no se han desmantelado las provincias en las autonomías pluriprovinciales.

-La corrupción de muchos políticos, consentida dentro de cada partido y solo denunciada para los rivales. La impunidad consiguiente y el que políticos corruptos vuelvan a ser votados por sus electores.

-Un sistema electoral injusto que limita las opciones del electorado. Es preciso cambiar las reglas del reparto de escaños, limitar los mandatos a dos legislaturas, establecer igualdad de espacios electorales para las formaciones electorales que se presenten.

-La perpetuación de clientelismo caciquil. El viejo cacique ha sido sustituído por el partido capaz de dar colocaciones o favores. Esto es posible por la debilidad de la sociedad civil: existen pocos demócratas dispuestos a trabajar por lo común, desde la base.

-La pervivencia del Senado, una Cámara inútil, necesitada de reforma o supresión.

-La falta de transparencia en todas Instituciones políticas o sociales que reciben dinero público.

-Las dimensiones enormes del fraude fiscal y de la economía sumergida, consentidos desde el poder.

 

Combatir en profundidad la crisis económica, política y moral en la que estamos sumergidos, exige imperiosamente:

*Una profunda regeneración ética, por la asunción por la mayoría de los ciudadanos de los valores de los Derechos y Deberes Fundamentales de la persona humana.

*Advertir que para enfrentarse al capitalismo global, el Estado-nación es impotente. Urge dotar a la Unión Europea, democratizándola, de unidad fiscal, bancaria, política exterior, legislación básica laboral y de seguridad social y de defensa común. Solo sí podrá imponer la tasa Tobin, luchar contra los paraísos fiscales e impulsar el desarrollo armónico de sus ciudadanos del norte y del sur.

*Establecer, más allá de la mera delegación en unos candidatos a través del voto en las urnas de la supuesto soberanía, sistemas de consultas populares directas con fuerza normativa.

*Garantizar dentro del Estado español un Poder Judicial único, dotado de medios personales y materiales, no descentralizado ni dependiente del Ministerio de Justicia, sino Independiente y alejado de las contiendas partidistas.

*Dar paso a una segunda Transición hacia una mayor y más auténtica democracia. Esto exige que parte de los actuales políticos electos, se hagan el harakiri como lo hicieron diputados franquistas aceptando la reforma política que les propuso Suárez (¿serán capaces de esa altura de miras?) y que la ciudadanía acepte mayoritariamente asumir el protagonismo de la vida pública.  Si ambas condiciones no se conjugan, ¿no es y será cada vez más fuerte el riesgo de fascistización y caos social?.

Pedro Zabala Sevilla

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