NO RENUNCIAREMOS A SOÑAR
Por fin. Ya tardaba en asomar también aquí a la superficie la legítima indignación de tantas víctimas de eso que llaman crisis y que es una macro-estafa global. Pacífica y masivamente, en Madrid y otras ciudades españolas, gentes de variada condición -jóvenes, estudiantes, parados, jubilados...- han ocupado espacio público para denunciar a financieros y políticos, responsables de su situación. Su primera reivindicación es significativa: Reforma de la ley electoral. Una ley que da a unos pocos partidos- estatales y periféricos- una sobrerrepresentación por encima de su real dimensión electoral. El lema de estos indignados puede ser compartido por la mayoría de los ciudadanos: DEMOCRACIA REAL. Mas cuando añaden el YA, expresan un voluntarismo simpático, pero desconocedor de que todo en la vida, exige su tiempo, su esfuerzo y su hoja de ruta... Como todo movimiento asambleario muestra una fuerza y una debilidad juntas que nos retrotrae a los mayores a otras épocas de nuestra vida. Su creatividad admirable se refleja en algunos de los carteles que exhiben. Uno ha cautivado mi atención: Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir. Y ha provocado estas reflexiones. Soñar, también despiertos, es necesario para la vida, individual y colectiva. Quienes no sueñan, no están realmente vivos. Soñar, imaginar algo distinto de lo que hay, es la primera palanca, antes que nuestras manos, para cambiar la realidad. Claro que con soñar no basta. Revela una mentalidad infantil, ingenuamente mágica, creer que basta con soñar algo, para que se realice. El ojalá que...no hace brotar nada nuevo. Tenemos que preguntarnos de dónde surgen nuestros sueños. Si brotan de meros caprichos narcisistas, de nuestra incapacidad para soportar las ineludibles frustraciones que trae consigo la vida o de algo más mucho más hondo y, sobre todo, mucho más ético. Cuando los sueños brotan de la indignación por las injusticias, sufridas en nuestras propias carnes o en las de otros prójimos, los sueños son humanos y necesarios. Y si, encima, además de ser víctimas o solidarios con ellas, pretenden, tomándonos por tontos, hacernos responsables de la situación y que apechuguemos con las consecuencias de los problemas que ellos han creado, no es de extrañar que la indignación se desborde y se enciendan las entrañas. Pero es preciso conservar la cabeza fría y que de los sueños broten opciones que calculen tanto los medios, como las etapas intermedias y las metas a conquistar. Para ese cálculo hemos de conocer bien la realidad. Sus consecuencias las sufrimos todos. Pero lo que tenemos que analizar son las resistencias que oponen a cualquier cambio. Resistencias que responden, como es lógico, al intento de conservar los privilegios de que disfrutan los beneficiarios del sistema. La resistencia puede ser miope y necia, empleando principalmente la represión para acallar las protestas. O puede, más inteligente y arteramente, dar la impresión de ceder, cambiando formalmente todo, para que todo siga, en el fondo, igual. Aprovechar las debilidades populares, intentar dividirlas, atraerse sobornando a algunos de sus dirigentes, ha sido siempre los mecanismos que los poderosos han empleado. No es de extrañar que, a lo largo de la historia, haya habido muchos, personas y colectivos, que han renunciado a soñar. Se han acomodado a los sistemas vigentes, intentado situarse bien y cerrando los ojos ante sus injusticias. El miedo y el agradecimiento de los favores recibidos les ha convertido en clientes sumisos de los caciques de turno. Han renunciado a ser ciudadanos de verdad, personas libres, en definitiva a vivir. Por eso, cuando empieza alguna protesta, se asustan, señalan con el dedo sus fallos y limitaciones. Cierran filas estrechamente para defender, con sus pasividad y sus miedos, a los poderosos que dan seguridad a sus mediocres vidas. Claro que también sabemos que de los sueños de la razón pueden nacer monstruos. Y hemos sido testigos de cómo ciertos locos iluminados contagiaron sus delirios vesánicos a sus pueblos. Los nombres de Hitler y Stalin brotan inmediatamente en nuestra memoria. En nombre de la pureza racial o de una sociedad sin clases mataron, ultrajaron, torturaron, aherrojaron a millones de personas concretas. Genocidios, guerras monstruosas, campos de concentración, holocaustos... No les faltaron imitadores, algunos de los cuales todavía disfrutan del poder. La suerte de tantas víctimas todavía reclama justicia y verdad en muchos países. La igual el pretexto que se invoque para justificar tales atrocidades. No hay fin, ideología o utopía que legitimen el atropello de la vida y la libertad de seres humanos. Pero hay otra estirpe de soñadores. En el siglo XX son conocidas las figuras de Martín Lutero King y Mahatma Gandi. Los que proclamaron y vivieron la resistencia no violenta. Sólo con sus palabras y sus hechos pacíficos se opusieron a los poderosos. Cierto que lo pagaron con el precio de su vida. Su ejemplo nos enseña que el camino de la no violencia no es sólo justo, sino el único eficaz a la larga. Hay que soñar sí, pero sin odio. No podemos arriar la bandera de los Derechos Humanos, de todos, los individuales y los colectivos, los civiles y políticos y también los culturales, sociales y económicos. Son indivisibles. Otro mundo más justo, más bello y más libre es posible. El viejo no acaba de morir y el nuevo está en trance de nacer. Es hora de sembrar, ya vendrán otros, como decía la canción de Labordeta, que recogerán la cosecha, que verán esa Tierra llamada Libertad. Nos queda la terca y tenaz esperanza. No renunciaremos a soñar... Pedro Zabala Sevilla |