HUMOR NECESARIO
Pascal decía del ser humano que es una caña que piensa. Yo añado que ama y hambrea cariño. Lo que nos distingue es nuestra frágil vulnerabilidad. Y para ocultarla, nos creamos un yo artificial, erizado de neuróticas defensas. Somos sapos hinchados, y ¡con qué frecuencia, nuestra falsa prepotencia hacia los débiles se convierte en un burdo doblar servilmente el espinazo ante los poderosos! ¿Por miedo o por interés?. Por eso, necesitamos a los humoristas que con el estilete de su inteligencia desmonten ese caparazón vanidoso. Pero haylos, también prepotentes, que usan un aguijón envenado de crueldad con el que se ceban sarcásticamente sobre sus víctimas. Otros, más humanos, porque saben reírse de sí mismos, emplean el alfiler del humor teñido de piadosa complicidad hacia la estupidez ajena. Como lector habitual de La Rioja, busco con avidez la columna de Manuel Alcántara; admiro su concisión y su fino ingenio filosófico, de raigambre senequista; envidio su estilo, escrito como sin el más mínimo esfuerzo, fruto de la maestría de un veterano. Añoro los escritos de Pilar Salarrullana, aquella mujer, feliz conjunción de entereza y ternura en su vida pública y privada: y recuerdo los últimos en los que describía hechos de su vida, ya a punto de segarse por la enfermedad, con los que nos emocionaba y nos hacía mejores. Cuando veo la firma de un amigo, Félix Cariñanos, una sonrisa expande mi rostro y me apresto a disfrutar de su gracejo inigualable y de su erudición prodigiosa. Y citaré a otro amigo, de hace muchos años, Miguel Ángel Ropero quien, desde que incorporó su compañera de paseos habituales, su fiel Luna, a su quehacer literario, escaló muchos peldaños: la mirada limpia del animal, proyectada sobre la realidad próxima y lejana, desmonta la pretenciosidad de muchas situaciones, con las que ciertos poderosos quisieran ocultar su pequeñez. Pedro Zabala Sevilla |