¿QUIÉN NO SE HA MIRADO EL OMBLIGO?

Desde luego no los míticos Adán y Eva en los que siguen creyendo ciegamente ciertos creacionistas y que si nos atenemos a la interpretación literal del Génesis –el primer libro de la Biblia no podían tenerlo. Pero el resto de los seres humanos, de los reales, los que hemos nacido de mujer, conservamos en nuestro abdomen la cicatriz del corte de aquel cordón umbilical que en nuestra existencia intrauterina sirvió de comunicación biológica con nuestra madre. Y desde luego, a lo largo de nuestra vida, en más de una ocasión nuestra mirada se ha detenido en su contemplación.

 Pero no faltan quienes aisladamente o en grupo se ensimisman en la contemplación de su ombligo, cerrándose a levantar su mirada hacia sus alrededores, a abrirse hacia otros horizontes vitales e intelectuales. Se enclaustran en las ideas que un día aprendieron mecánicamente y se niegan a aceptar otras nuevas que pudieran suscitarles dudas y hacerles progresar en la vía a menudo áspera y tortuosa hacia el conocimiento.

 Una oposición inflexible contra este avance proviene del flanco del fundamentalismo pseudo-religioso, de quienes se aferran ciegamente a unas creencias mágicas. De quienes atribuyen valor científico e histórico a los relatos contenidos en sus libros sagrados que valen en cuanto experiencias de personas humanas que vehiculan, de acuerdo con la mentalidad de su época, el impacto que supuso para ellas el contacto con lo trascendente. Cuando se quiere sacar de ellos enseñanzas que no poseen, es cuando se convierten en obstáculo para el conocimiento de la realidad. O pueden servir ideológicamente para apuntalar la explotación de los poderosos sobre los sometidos.

 Claro que no podemos olvidar la existencia de otro fundamentalismo de carácter pseudo-científico. La ciencia es un método de aproximación a la realidad que sólo admite como cierto aquello que puede ser comprobado experimentalmente. O dicho de otra manera: lo que puede ser falseado por la experiencia. Por ello, los avances científicos son siempre provisionales, valdrán en cuanto el avance posterior no demuestre la parte de error que contienen. Desde esta perspectiva, la ciencia no puede decir nada sobre otros métodos de acercarse a la realidad, artísticos o religiosos. Pertenecen a la esfera de lo indecible en términos científicos. Es legítimo, por tanto, que se defiendan frente a quienes no reconocen la autonomía científica, extrapolando creencias religiosas o estéticas al ámbito experimental. Pero negar las creencias, ridiculizarlas, apelando a la ciencia, es una falacia: es una creencia de signo opuesto la que se camufla tras una capa de neutralidad científica. También hay que denunciar esa falsa neutralidad cuando ciertos científicos pusieron y siguen poniendo sus conocimientos al servicio de ideologías inhumanas, como los experimentos nazis, la fabricación de armas destructivas o un mercado des-regulado y ciego a las necesidades humanas.

 Es necesario que la razón y la ciencia, su instrumento más eficiente, tengan claro los límites que no pueden sobrepasar sin negarse a sí mismas. La observación de la realidad no puede ser neutral, el observador forma parte de la misma y al observarla la altera. En la mirada misma del científico se oculta parte de la realidad. No es extraño que a finales del siglo XIX se diera una combinación muy progresista entre la racionalidad científica, el orden económico burgués y el progreso tecnológico. Este racionalismo ilustrado iba a aplicar la teoría evolucionista sobre el origen de la especie humana al desarrollo dentro de nuestra especie, legitimando el sistema patriarcal blanco con su imperialismo occidental que negaba a las mujeres y a las poblaciones no caucásicas su condición plena de personas humanas. No es de extrañar por tanto que crezca el número de científicos heterodoxos que se niegan a aceptar la ideología del racionalismo progresista y comprueban como “una cierta esquizofrenia colectiva parece haber caracterizado determinados cambios de paradigmas en torno a la verdadera naturaleza humana” y que “la ciencia es sólo la trascripción histórica del fascinante diálogo entre los animales humanos acerca del mundo” (Juan Sánchez Arteaga en La Razón Salvaje).

Pedro Zabala Sevilla

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