LA VIGA EN EL OJO PROPIO

Está de moda una apología facilona del olvido, como necesario para subsistir. Si aparto de mi conciencia los recuerdos dolorosos,  alejaré de mi vida la angustia, me refugiaré en una anestesia moral que me facilitará el sentirme bien. Ante un trauma grave, puede ser un mecanismo de defensa que me facilite la placidez, aunque, a la larga, ese recuerdo reprimido, me provoque algún trastorno, cuya causa me costará descifrar. Lo realmente patológico, es que esa defensa excepcional, se convierta en un hábito rutinario para un individuo o una colectividad.

Ese olvido intencionado nos sirve también para aquellos casos en que un hecho reprobable es cometido por alguien de los “nuestros”, en nombre precisamente de los valores que quiere defender por esa vía torticera. Se ve con más claridad en los casos más graves: los crímenes individuales o colectivos, realizados para defender una causa. La tentación común de los demás que jamás incurrirían en semejantes atrocidades, aunque compartan los ideales motivadores de los violentos, es simplemente condenar esos hechos, presentándolos sólo como fruto de gente extraviada o con alguna anomalía psicológica, que los ha llevado a esas barbaries. Pero lo que queremos reprimir con frecuencia es la conexión que han establecido entre la”causa” y su conducta criminal. No queremos tener que reflexionar qué elementos hay en nuestra doctrina que puedan producir esos desatinos. Una de las mejores formas de evitarnos esa reflexión, es recordar los crímenes que nuestros oponentes han cometido en defensa de sus ideales. Son estos los que producen esos resultados, pero ¿los de “nuestro grupo”?. ¿Cómo iban a llevar a esos extremos cuando son perfectos?.  

Esto lo estamos viendo todos los días, cuando en nombre de una “nación oprimida”, se llevan a cabo actos de violencia. La perversidad está en el nacionalismo opuesto, no en el de casa. Es cierto que los nacionalismos triunfantes cometieron igualmente barbaridades, y que sus héroes, a los se que han dedicado monumentos, nombres de calles y plazas y cuya efemérides se recuerdan en días señalados del calendario, a menudo cometieron también crímenes y atrocidades. ¿Qué hay en todo nacionalismo, grande o pequeño, que puede llevar, deslizado a su radicalidad extrema, a atentar contra la vida o los derechos de personas?. La distinción radical entre los nosotros y ellos, la afirmación tajante de que la propia identidad se basa en las fronteras, en la exclusión del que está más allá de la muga, del extranjero, que no es como nosotros, cuyo contacto nos contamina. No se ve en él a una persona, cuyas diferencias son accidentales respecto a nuestro común condición humana. Y si alguien de los nuestros no comparte nuestra visión, es un traidor, un renegado, cuya vida tampoco merece ningún respeto. Los derechos de la persona individual, su vida y su libertad, pueden sacrificarse, si es preciso,  ante el altar de los derechos del Pueblo. Como se ha señalado por muchos autores, el nacionalismo es hoy una religión de sustitución, con sus dogmas, sus ritos, sus sacerdotes y desgraciadamente sus sacrificios.

En cualquier otro grupo humano, donde la exaltación lleve a convertirlo en otra religión pueden producirse los mismos resultados. Muchas ideologías políticas tienen también sus mártires y sus víctimas. Se puede empezar por opinar que quien discrepa de nuestra posición es tonto de…narices o llevarlo al extremo de que hay que encerrar o colgar a los adversarios. Para evitarlo se inventaron las democracias en las que la libre expresión de opiniones y  las votaciones para elegir a los gobernantes sustituyeran a la violencia. Pero la tentación de romper las reglas puede saltar en cualquier coyuntura.  

La idolatría del mercado es otra forma de religión sustitutiva. Más sutil y menos sangrienta aparentemente, es una  refinada forma de dominación, que aliena las voluntades de gentes que pueden consumir compulsivamente, aunque millones de habitantes del planeta tengan que malvivir con menos de dos dólares al día. Hasta que llega una crisis provocada por la codicia desmesurada de unos pocos, nos meten el miedo en el cuerpo y toleramos sin rechistar la desvergüenza de que con nuestros dineros haya que darles miles de millones para que puedan seguir obteniendo beneficios.

Pero si hay algo que ha producido víctimas a los largo de la historia con pleno convencimiento de que hacían un bien son las religiones institucionalizadas. Invocando el nombre de Dios, hemos matado, provocado guerras, torturado, aniquilado, asolado, aherrojado. Sí, los otros creyentes lo han hecho también, pero eso ¿nos justifica a nosotros?. Y sabemos que en nombre del ateísmo se han perseguido a los que dicen adorar a Dios. No seamos hipócritas, hasta el Vaticano II, la Iglesia Católica no descubrió la libertad religiosa. ¿Qué adherencias espurias hemos colgado al Mensaje de Jesús para que hayan podido llevar a ese fanatismo? ¿Qué convierte a los seguidores del Cordero inocente en asesinos despiadados? ¿Qué concepciones erróneas permiten que nos convirtamos en fundamentalistas excluyentes?.  ¿No persisten aún ciertos tufos de arrogancia dogmática que podrían con alguna facilidad llevarnos a oprimir a quienes no piensan como nosotros?. ¿No se ejercen también dentro de casa?.

Pedro Zabala Sevilla

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