¿DE QUÉ SE TRATA: DE LA LEY O... DEL REINO?
Puedo entender que los que se alejaron de la Iglesia en la que fueron bautizados hacia posturas distintas, agnósticas o ateas, o simplemente pasan de ella, se sientan confusos ante el panorama que ofrecemos los actuales creyentes en nuestras manifestaciones públicas. Antes, lo tenían mucho más fácil. Sólo se escuchaba una sola voz, rígida e inflexible, que repetía monótonamente discursos y sermones que, a su juicio, justificaban su apartamiento. Ahora escuchan voces plurales, dentro de las cuales encuentran ecos de quienes se hallan cómodos dentro de una sociedad de libertades. Y si la ocasión les es propicia, a algunos alejados no les incomoda terciar en el debate interno a favor de la postura tradicional ya que resulta ser, a su juicio, un blanco más cómodo para ataques y chanzas. La sorpresa para parte de estos es que algunas de las motivaciones que a ellos les empujaron para salirse de la Iglesia donde fueron bautizados, son las mismas que para algunos creyentes les llevan a continuar fieles a ella, aunque en una actitud crítica y fronteriza. Crítica porque hace tiempo que ya no comulgan con ruedas de molino, sino que han conquistado una conciencia personal que les lleva a interpelarse continua y recíprocamente y a luchar contra las estrecheces del gheto para abrir puertas y ventanas. El empuje del Concilio Vaticano II no se ha agotado para ellos, y abren bien los ojos y los oídos para atender tantas las exigencias de la Palabra de Jesús como los signos de los tiempos. Y fronteriza, porque no renuncian a su doble condición adulta: de creyentes en la Iglesia y de ciudadanos responsables en la sociedad democrática, luchando en ambas, por una participación real de la base en la gestión de ambas comunidades. Además están, y seguramente son mayoría, los que buscan la seguridad por encima de todo. Dentro de la Iglesia, quienes aplauden ciegamente todas las palabras de la jerarquía, para quienes dudar es síntoma de increencia, aquellos que consideran regla justa de conducta moral la marcada por el clero, los que añoran los viejos tiempos en que autoridades eclesiales y civiles íban de consuno. Claro que también están otros obsesos por la seguridad pero secularizados, los que han sustituido a la jerarquía eclesial por el “Estado predicador” o por medios de comunicación que dictaminan lo correcto éticamente. Unos y otros no necesitan pensar por cuenta propia, les basta acatar fielmente normas canónicas, civiles o sociales para sentirse buenos, Tenemos entre nosotros gentes venidas de otros pueblos, con otra religión, la musulmana. No sé si eran tan fieles practicantes en sus países de origen, o han reforzado aquí su creencia para reafirmar sus señas de identidad cultural. El caso que su presencia creciente está provocando entre esas personas de aquí, hambrientas de seguridades, inquietud, miedo y… envidia. Además del terrorismo de Al´Qaeda, la rigidez con que observan sus preceptos religiosos –tan duros como el ayuno del Ramadán-, la interpretación literal del Corán, la aparente subordinación a sus ulemas, la adhesión incondicional a la Umma, la comunidad de los creyentes islámicos, despierta, a mi juicio, todos esos sentimientos. Se sienten desbordados y amenazados y, a la vez, desearían vivir en una sociedad tan homogénea –en apariencia- como la de estos nuevos vecinos. ¿Es de extrañar que gentes que se alejaron de creencias trascendentes, se acuerden hoy ansiosamente de las raíces cristianas de España y Europa?. Una cosa que llama mucho la atención es el efecto que les producen esas respuestas violentas de gentes musulmanas ante lo que consideran ofensas a su religión, como aquellas caricaturas de Mahoma que en Occidente se ven como expresiones legítimas de la libertad de expresión. No las justifican, pero se quejan de que quienes se autocensuran para no molestar la fe del Islam, no tengan inconveniente en atacar o escarnecer símbolos cristianos. Y exigen la persecución judicial para esas burlas a sentimientos religiosos, los nuestros. Esto, en ocasiones, les lleva algunos a la paranoia de considerar cualquier crítica o reproche como un ataque a esos sentimientos o a la misma libertad religiosa. Casi, casi, la mera exposición de argumentos pro posturas agnósticas o ateas, sería para ellos una provocación inadmisible. ¿Cuál debería ser para un seguidor adulto de Jesús, la actitud consecuente ante una expresión, de cualquier clase, que resultase molesta u ofensiva para nosotros?. A mi juicio, primero analizarla, ver si el ataque lo es tal, y, en caso de serlo, si nuestra conducta ha dado ocasión para ello. A menudo somos inconsecuentes con la fe que decimos profesar y si alguien nos lo señala, aunque sea de fuera, hemos de reconocerlo y sentirnos agradecidos, porque nos da ocasión para salir de nuestros fallos y tratar de enmendarnos. ¿Y si lo que atacan es precisamente nuestra fidelidad a las enseñanzas del Maestro?. Pues recordar sus palabras, porque si a Él le persiguieron, ¿íbamos a ser los discípulos mejor tratados?. Claro que lo que Jesús predicó no fue la Ley, sino el Reino, el amor al prójimo, empezado por los más pequeños, por las víctimas, por los últimos. Si nos atacan por estar con los desposeídos, por denunciar a los explotadores, será señal de que vamos por buen camino, Pero si nos aliamos con los poderosos, si servimos al Templo y no a los crucificados de la tierra, si cumplimos la Ley y nos cerramos a la com-pasión, podremos cosechar aplausos, pero no seremos testigos del Rostro humano de Dios, Jesucristo. Pedro Zabala Sevilla |