LOS MAYORES EN LA SOCIEDAD ACTUAL

Los estudios demográficos van señalando estadísticamente lo que podemos observar a simple vista en las calles de Europa: cada vez son más numerosas las capas de personas mayores que componen nuestras poblaciones. La disminución de la natalidad y la prolongación de la vida producen este resultado, sólo mermado por las emigraciones de los países del Sur y del Este. 

Aquella leyenda del héroe griego Edipo que narra que interrogado  cuál era el animal que a la mañana tenía cuatro patas, al mediodía dos y al atardecer tres, respondió sin vacilar el hombre, nos ilustra sobre las etapas clásicas de la vida humana –la niñez, gateando, la adultez de pié con dos y la vejez ayudada por una cachava- casi hasta nuestros días. La primera era muy corta, la segunda más larga y la última segada con rapidez por la guadaña de la muerte.

Unos versos preciosos de Pessoa dicen:

De todo quedaron tres cosas:

La certeza de que estaba siempre comenzando

La certeza de que había que seguir

Y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo

Del miedo una escalera

Del sueño un puente

Y de la búsqueda un encuentro

Sabemos que la vida es un camino por etapas. Pero hoy no sólo es más larga, sino que se ha hecho más compleja. La niñez se ha alargado algo pero tiene unas características distintas de las sociedades que nos precedieron: el mismo afán de conocer, de  jugar, de explorar, pero ahora recibiendo torrentes de informaciones a través de imágenes de las nuevas tecnologías.

 Le siguen dos etapas, antaño desconocidas: la adolescencia, cada día más precoz, caracterizada biológica y psicológicamente por la aparición de la pubertad y sociológicamente por estallidos de rebeldía y por la impronta de los grupos de amigos. Le sigue una juventud, cada vez más alargada  en que el horizonte del paro o de los trabajos basura predominan, bajo el paraguas familiar, cuyo nido se demora en abandonar.

 Los adultos son aquellos que representan la madurez de los primeros proyectos realizados o frustrados, la creación de nuevas familias con la posibilidad de descendencia.

 Y lo que antes era la etapa final se alarga y se divide en varias: la tercera edad, la 4ª y ya hay quienes hablan de una quinta para referirse a las longevas (sólo hay una minoría de varones) que alcanzan o superan la condición de centenarios. Suele ponerse el inicio de la tercera edad en la jubilación, aunque esto en términos generales sólo puede referirse a los varones porque las féminas no suelen jubilarse de las tareas domésticas.

 ¿Cómo viven –vivimos- los mayores esta etapa de nuestra vida?. No puede desconocerse que bastantes incurren en el desánimo. Para mí son tres las posibles causas principales: Miedos, tristeza y aburrimiento. Miedos a la enfermedad o enfermedades (empiezan o se acentúan las goteras y los achaques); a la muerte cuya proximidad se atisba; a la soledad (quizá sea ésta la causa mayor de pesimismo) y a la pobreza (la tragedia de tantas pensiones ridículas, máxime las de viudedad). La tristeza, fruto de la pérdida de esperanza, de la muerte de tantos seres queridos, de la estrechez de horizontes vitales. Y el aburrimiento, el ver pasar los días cada vez rápidos, sin saber que hacer, más que quejarse de desgracias y añorando tiempos pasados.

 Sería un craso error pensar que esta es la tónica general de nuestros mayores. Son muchos los que llevan una vida activa, llena de ilusiones antiguas y nuevas que colman sus días de afanes y esperanzas. ¿Cuáles son las causas de estos entusiasmos en personas de edad avanzada?

En primer lugar, la familia que se alarga con la aparición de los nietos. El gozo de los abuelos y abuelas al estrechar en sus brazos esas nuevas criaturas es inenarrable. Para los varones es la ocasión de recobrar las oportunidades perdidas con sus propios hijos porque las horas dedicadas al trabajo les privaban de ese contacto enriquecedor. Lo que es un gozo se convierte en una tarea. El espectáculo de las entradas y salidas de los colegios, donde pléyades de abuelos acuden a buscar a sus nietos, pues ambos progenitores están trabajando, es cotidiano.

En segundo, las amistades, las antiguas y las nuevas que van apareciendo en ese transcurrir de los días. Como decía La Fontaine: La amistad como la sombra vespertina, se ensancha en el ocaso de la vida.

La lentitud de movimientos es una ventaja para vivir cada momento con intensidad, sin apresuramientos estresantes. Son los precursores de ese movimiento de vida lenta que se está fraguando en tantas ciudades europeas. Frente a la prisa inhumana, la demora gozosa es una fuente de serenidad que no evita el estrés y nos permite saborear cada instante.

La aceptación de la debilidad es una causa de liberación interior. Sobre todo para los varones que ya no tienen que aparentar ser una fortaleza constante. Saberse débil y no avergonzarse de mostrarlo es causa de paz.

Una nueva capacidad para el amor que se expresa en la ternura y en las caricias con la mirada, la palabra y el tacto. Es el momento del reencuentro de las parejas de toda la vida para desarrollar una complicidad y un compañerismo que en épocas anteriores no tenían ni la capacidad ni las oportunidades para desarrollarlos. Y para muchos, varones y mujeres, solos por los avatares de la vida, es también la época de encontrar nueva pareja. 

Los mayores tienen una mayor capacidad para relativizar tantas menudencias que antes nos producían enormes quebraderos de cabeza.  Quienes ya han sufrido pérdidas irreparables, saben bien que las quisquillosidades cotidianas no merecen más que un encogimiento de hombros.

Los mayores ilusionados siguen aprendiendo cosas nuevas cada día. Gozan viajando a lugares que no tuvieron antes ocasión de conocer o recorriendo de nuevo los que ya conocían. Saben reír con ganas y sobre todo sonreír a las personas con las que se desarrollan su existencia o con las que se encuentran.

En su vida no hay espacio para el rencor.  Son capaces de no desear ningún mal a quienes les ofendieron, de  renunciar a cualquier venganza e incluso alcanzan la posibilidad de ayudar, si lo necesitan a sus posibles ofensores. Cuando han logrado esa serenidad interioridad son capaces de irradiarla hacia fuera, de convertirse en agentes de paz en esta sociedad tan zarandeada por la violencia y la crispación.

Esas cualidades humanas pueden verse sustentadas por una Fe personal, por  una vida religiosa no de ritos y normas, sino de servicio a los demás, de apertura las víctimas y vencidos que nos rodean, contagiados de una alegre esperanza que brota de aquel Jesús, cuya vida consistió en enfrentarse al poder, al templo y al sacerdocio, en defensa de los marginados, por lo que acabó en una Cruz y en cuya Resurrección  sus seguidores tienen puesta su confianza.   

En una palabra, estos mayores ilusionados son gentes que viven, que aman la vida, que saben gozarla...

Pedro Zabala Sevilla

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