LA REALIDAD ES PLURAL... AUNQUE NOS PESE

Hace ya años, escribía sobre el peligro de los fanáticos de un solo libro, una sola ley, una sóla patria.  También están los seguidores de un solo maestro, cuyas argumentaciones se reducen a glosar los pensamientos de un autor, sin que los hayan contrastado con otros que puedan contradecir, matizar, complementar, o ensanchar los horizontes de las ideas del mentor. El resultado es un continuo argumento de autoridad (magíster dixit) que hace inviable cualquier debate y que obliga a preguntar: ¿pero qué piensas tú personalmente?.

Hay quien cree que comprender una cosa es simplemente definirla, entendiendo por definición enmarcarla en una clasificación teórica. Con ello, no pueden captar la complejidad de lo real que siempre es plural. La simplificación conceptual nos puede ayudar a acercarnos a la misma, pero la fuerza de los datos que saltan a nuestra percepción nos obligan a superarla  enseguida. Claro que siempre habrá tozudos empeñados en mantener su teoría, aunque se pegue de bruces con la realidad.

Ejemplos de todo ello, los tenemos en las polémicas sobre la laicidad y la educación en valores. Si abrimos un poco los ojos y los oídos, veremos que en nuestras calles y ciudades existen quienes se proclaman creyentes, los que se dicen ateos o agnósticos, y los que pasan del tema. Y en cada uno de esos sectores sociales encontraremos diversidad de posturas y actitudes. No falta quien dice que hemos de ser blancos o negros radicalmente incompatibles y dentro de cada grupo de una manera taxativa y obligatoriamente fijada. O sea que  hay que negar la pluralidad porque la clasificación teórica así lo exige.

La cuestión estriba en cómo convivir pacíficamente gentes de distintas opciones vitales. Antaño se creía que una debía imponerse obligatoriamente sin el menor resquicio para los disidentes. Hoy hay quienes creen que esas opciones no deben trascender a la esfera pública y que debe practicarse la tolerancia con todas.  Se proclama pues la tolerancia como virtud central de una democracia. Debo confesar que prefiero hablar de respeto y no de tolerancia. Respeto a las personas y los grupos, aunque no se compartan sus cosmovisiones. Puede ocurrir que parte de éstas choquen frontalmente con los valores cívicos que hemos adoptado jurídicamente como base de nuestra convivencia, en cuyo caso no pueden ser tolerados.

Y ¿qué hacer con los países en los cuales la violación de Derechos Fundamentales es regla consagrada legalmente?. Los que idolatran la soberanía nacional y aplauden la razón de Estado no tienen argumentos éticos para oponerse.  El cinismo occidental de tolerarlos si sirven a sus intereses es la peor solución. Urge una autoridad internacional que pueda imponer reglas humanas de convivencia por encima de los actuales Estados; claro que el imperio no lo acepta…

Pedro Zabala Sevilla

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