IDENTIDAD MESTIZA

No me cansaré de decirlo. No es que los riojanos no tengamos identidad. Es que la nuestra es mestiza desde sus mismos orígenes: berones, pelendones, vascones…Y luego fuimos recibiendo aluviones de gentes plurales que fueron llegando como conquistadores, trabajadores o visitantes y aquí acabaron muchos quedándose, fundiéndose con los originarios y entre ellos. Y así seguimos…

 Es más, me atrevo a decir que no existe identidad colectiva que no sea mestiza. Otra cosa es que los mitos nacionalistas quisieran ocultar los cruces sanguíneos y culturales que han dado como fruto sus respectivos Pueblos, a los que quisieron adornar con aureolas de pureza racial e incontaminada. De ahí que su actitud sea defensiva y victimista. Lo curioso es que algunos eruditos conviertan esas imaginarias identidades excluyentes en paradigma de cualquier identidad.

 Nuestra identidad, la riojana, no es así, No necesita defenderse ni proclamarse, nos basta con vivirla día a día. Nació mezclada y cambiante y así sigue. Quizá lo más significativo e intrahistórico de una identidad sea su gastronomía. Es un buen ejemplo de nuestra pluralidad constitutiva y mudable.

 Suele hacerse bandera del vino de nuestra Tierra como marca identitaria. Un vaso de bon vino, pedía nuestro primer poeta conocido. Pues resulta que debemos a los conquistadores romanos la implantación de las viñas y la elaboración de su fruto en la Península. Durante siglos, nuestros antepasados elaboraron un vino recio y basto que caldeaba los estómagos y cubría las deficiencias calóricas de pobres campesinos. Hasta que llegaron de otras tierras, los fundadores de nuestras bodegas centenarias e imitaron la elaboración que se hacía en la región de Burdeos, trayendo de allá experimentados enólogos. La plaga de la filoxera fué otro reto que tuvieron que arrostrar, importando cepas americanas.

 De América, nos trajimos las patatas, pimientos, tomates y alubias, entre otros productos, sin los cuales no cabe concebir lo que llamamos cocina tradicional riojana. ¿Quién piensa al saborear unas humildes y sabrosas patatas con chorizo en que sus elementos originales no son autóctonos y que sólo el buen hacer de las cuidadoras de los fogones idearon ese plato, símbolo también de la vida riojana?.

 Y si pasamos al capítulo de la golmajería, ¿Qué sería de ella sin la herencia árabe que nos enseñó esas dulces exquisiteces en que la almendra es base sustancial?. Al deleitarnos con unos sabrosos fardelejos arnedanos no olvidemos de quiénes recibimos el instinto y el gusto para llegar a golosinas tan apetitosas.

 Hoy están entre nosotros nuevos riojanos, llegados de otros países, en busca de alimento, trabajo, paz y estabilidad. Frente a ellos, podemos encerrarnos con miedo y hostilidad, segregándolos en guetos, no aceptando sus costumbres, sus gustos y sus estilos de vida, en aras de una riojaneidad incontaminada que nunca existió.

 O bien podemos aceptarlos, reconociendo y asumiendo sus valores, integrándolos en otro fecundo mestizaje. ¿Quiénes serán l@s cociner@s creativ@s que ideen platos riojanos en que el que el cuscús magrebí sea uno de sus integrantes? ¿O de nuevas menestras en que al estilo del este europeo las salsas de yogures se mezclen con verduras?. ¿O nuevas aportaciones de las ricas cocinas americanas? ¿O de las desconocidas del África subsahariana o del lejano Oriente?.

 Ese es el camino que responde a nuestra peculiar identidad: el mestizaje, expresado, sobre todo, en esas parejas mixtas que aportarán descendientes que serán los riojanos del mañana, aunque algunas de sus raíces pueden estar en cualquier punto del planeta. Y siendo la mayor parte de nuestros emigrantes, varones jóvenes, ¿puede a alguien extrañar que la historia se repita y muchos acaben enamorándose de lindas riojanas?.

 

Pedro Zabala Sevilla

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