LAS FUENTES DE LA DEMOCRACIA

Vivir plenamente el sistema democrático exige, sino conocer explícitamente sus orígenes, al menos no pretender oscurecer ninguno de ellos. Sería negar la misma historia, ocultar su nacimiento en lo que se ha llamado la civilización occidental. Su parto no fue sencillo. Necesitó el estallido de revoluciones sangrientas: la inglesa primero que consagró la primacía del Parlamento y extendió las libertades exclusivas de la nobleza a resto de los ciudadanos. La norteamericana que, de la negativa de los colonos a pagar impuestos no aprobados por sus representantes pasó a proclamar derechos fundamentales, base de la independencia de su país. Y la francesa, que derribó la vieja monarquía y estableció un sistema bajo las consignas de libertad, igualdad y fraternidad.

 Y en este parto doloroso de la democracia tampoco podemos olvidar la postura a la contra de la jerarquía católica en los países latinos, en los cuales conservaba su poderío. Aliada con las monarquías absolutas –el papa-rey era uno de ellos y con la nobleza latifundista, sus posesiones inmobiliarias junto a las de ésta constituían el grueso de las “manos muertas”, cuya desaparición eran el objetivo de aquellas primeras leyes revolucionarias, las desamortizaciones. La obsesión antidemocrática de la iglesia romana, con sus condenas antimodernistas  contra clérigos y laicos que pretendía aunar el mensaje de Jesús con la nueva realidad política, fueron constantes. Tuvo que llegar el Concilio Vaticano II y su proclamación de la libertad religiosa –catalizadora histórica de todos los derechos humanos para superar esa postura retrógrada. Aunque la involución posterior de parte de esa jerarquía y sus miedos reflejados en su obsesión contra el laicismo y el relativismo, permiten dudar de su aceptación del sistema democrático.

 Grecia, Roma y el judeocristianismo ciertamente son fundamentos de la civilización occidental y su concreción actual en el sistema democrático. Pero junto a ellas y nacidas de ellas, hay que situar la Reforma protestante y la Ilustración. Sin estas dos últimas, toda la historia posterior de Europa carece de sentido.

 Es un lugar común reconocer que Occidente está en crisis. Superarla exige no sólo volver a sus raíces para sacar de ellas las consecuencias precisas. La corrección de sus males que pretendió hacer la revolución marxista fracasó, entro otras cosas, porque reincidió en viejos errores. Con el pretexto de implantar la igualdad, suprimió la libertad; unos derechos humanos se exaltaron a cambio de proscribir otros. Ha llegado la hora de una segunda Ilustración que acabe con el ostracismo de lo femenino en el área pública e implante la globalización de los derechos humanos, tanto hacia dentro, eliminando la distinción entre el ciudadano y el emigrante, como hacia fuera, la escala planetaria es la dimensión donde hay que plantearlos. Ahí está el reto al que los occidentales y el resto del mundo, creyentes de todas las religiones o increyentes, estamos abocados.

Pedro Zabala Sevilla

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