¿HABLANDO SE ENTIENDE LA GENTE?
Muchas veces repetimos el tópico de que a través del diálogo podemos llegar a entendernos. Como todo tópico, acierta en ocasiones, pero observamos que, a menudo, del habla surgen bastantes malentendidos. Por eso, supone verdadera arrogancia el afirmar que se trata de una falsa idea, sobre todo, cuando se añade que callando es como verdaderamente se entiende la gente. ¿Acaso el silencio no es una fuente mayor de equívocos?. ¿Quién calla, niega o asiente?. Si interpretar las palabras, puede resultar difícil, bastante más arriesgado es deducir la significación de un silencio. Si equiparamos el voto en blanco en una votación al callar, ¿qué interpretación le damos?. La menos improbable es que ejerce su derecho democrático a acercarse a una urna y que no se siente representado por ninguna de las formaciones políticas que reclaman su voto, pero poco más podremos añadir. Además el acto del habla no refleja plenamente, aunque se pretenda ser sincero, el pensamiento de quien lo emite. Si seguimos con el símil de la votación, quien da su voto a un partido, ¿por qué lo hace?, ¿porque se identifica con él o porque quiere castigar al rival?. La palabra, el logos que decían los griegos, se identifica con el pensamiento. Pero un análisis racionalista del habla se queda a medias, es incapaz de captar todo su alcance. Existe la comunicación verbal, la que se expresa a través de los conceptos que transmitimos, pero hay otra bastante más sutil y reveladora, que escapa con frecuencia a nuestro control voluntario. De ella, forman parte, las pausas silenciosas del lenguaje, la entonación, el tono, la mirada, la sonrisa y el conjunto de movimientos de nuestra cara y del resto del cuerpo que acompañan a los sonidos que emiten muestras cuerdas bucales. En el diálogo, hablamos y escuchamos, percibimos no sólo con el oído lo que nuestros interlocutores dicen y queremos captar cómo lo dicen. Hay personas más dotadas que otras, normalmente las mujeres más que los varones, para esa percepción de lo que los psicólogos llaman la comunicación no verbal. Una de las dificultades mayores para entendernos es que los humanos podemos emplear el lenguaje tanto para transmitir un mensaje verdadero como uno falso. Tenemos la capacidad de engañar y de intentar manipular con nuestras palabras. Engaño hacia fuera, pero también hacia dentro. Voluntaria o inconscientemente, a veces nos mentimos a nosotros mismos. Y lo peor es que podemos acabar creyendo nuestras mentiras, aunque las hayamos fabricado intencionadamente en sus inicios. Dice Wagensberg que “las verdades se descubren, las mentiras se construyen”…y es que “la verdad es para encarar el futuro y la mentira para soportar el pasado”. El mito de la torre de Babel con la confusión de lenguas nos remite a otra dificultad para entendernos. Para superarla, en la medida de lo posible, está la traducción. Pero ya decía un adagio italiano quien traduce traiciona, aunque sea parcialmente y de buena fe. Claro que entre los hablantes de un mismo idioma se dan con frecuencia los malentendidos y no sólo por equívocos lingüísticos, sino porque sus perspectivas a veces difieren radicalmente. Y cuando hay que discutir problemas de convivencia, el sectarismo pasional ciega la razón y difícilmente puede llegarse a un acuerdo. Acordar unas reglas de diálogo y nombrar unos mediadores neutrales que discretamente limen diferencias y velen porque aquellas se cumplan puede ser necesario. Quienes niegan a priori la posibilidad del diálogo para que los humanos solucionemos nuestros problemas, están abogando por la violencia que sólo termina con la aniquilación del adversario. ¿Aprenderemos alguna vez que la historia no puede ser una espiral interminable de atropellos en la que todos salimos perdedores?. Pedro Zabala Sevilla |