MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Sabemos que uno de los pilares de una auténtica democracia es la libertad de prensa. El derecho de los ciudadanos a estar informados constituye, dentro de los derechos políticos fundamentales, seguramente el primer escalón. Si nos falta éste, todos los demás pierden eficacia y se convierten en falacias. Por eso, el interés de todos los regímenes autocráticos en prohibirlo o cercenarlo. No se produce el tránsito de una dictadura a un sistema más democrático, sino  aparece  prensa libre que sirva de portavoz a las luchas populares por la libertad.

 El oxígeno de una opinión pública informada es una libertad de información capaz de transmitir ideas y noticias sin cortapisas interesadas desde cualquier clase de poder. Porque poderes hay muchos y no sólo está el gubernamental, aunque listillos de dentro o fuera de él, quisieran hacernos creer lo contrario. A menudo se ha llamado a la prensa el cuarto poder. Más bien, yo la veo como un contrapoder, un instrumento democrático necesario para limitar la natural tendencia de cualquier poder a expandirse, a romper los reglas del juego político, a abusar de su situación privilegiada coartando las libertades públicas y privadas.

 La irrupción de la opinión pública en Europa fue un proceso histórico, lento y laborioso. En sus albores, hemos de recordar la imprenta, cuando el libro pudo reproducirse y aparecen los lectores, esa minoría ilustrada que por saber leer y disponer del pecunio necesario para adquirir libros podía acceder a conocimientos que monarquías absolutas e inquisiciones intentaban controlar. Los procesos revolucionarios fueron precedidos de lluvias de hojas volanderas y folletos de impresión clandestina, a través de los cuales se propagaban las nuevas ideas. Promulgada la libertad de prensa, surgieron con fuerza los periódicos, de las más variopintas ideologías, los más de ellos de efímera vida, que sirvieron de vehículos a aquella efervescente opinión pública y que en los períodos reaccionarios padecieron  censuras, secuestros y prohibiciones.  La prensa sufrió importantes mutaciones, derivadas unas de la aparición de nuevas tecnologías, de la especialización de sus redactores, convertidos en una nueva profesión, la de los periodistas, y el aumento de su número de lectores, por la alfabetización progresiva derivada de la enseñanza universal que la democratización estatal trajo consigo.  

 Un invento complementó la eficacia del texto escrito para soportar la libertad de información: la radio. Las ondas sonoras empezaron a transmitir noticias con la ventaja de la inmediatez a los sucesos. Estas llegaban también a aquellos que no habían accedido a la alfabetización o carecían de tiempo para la lectura reposada. Su escucha pudo servir también como medio tanto para la formación de la ciudadanía, como para limitar los abusos de los poderosos. En la segunda mitad del silgo pasado, apareció la televisión, primero en blanco  y negro y luego en color. La imagen, como vehículo posible de formación e información, se unió  a la letra y a la palabra. Luego llegó la informática con el ordenador personal y la capacidad de interactuar con el emisor de la noticia.

 A grandes rasgos, ese es el panorama histórico de los medios de comunicación. Se ha incrementado enormemente la posibilidad de una opinión pública bien informada y al instante de todo lo que ocurre en el planeta. ¿Pero esto es real? Todos los días constatamos la existencia de una censura invisible y eficaz hasta en los países que se dicen democráticos. No hay cosas que más teman todos los poderes que a una ciudadanía informada. Para empezar, son las propias agencias de prensa los que inician la censura. Es tal la pléyade de noticias que reproducen todos los días, que deben hacer una selección para darnos teóricamente las más importantes. Pero curiosamente, se produce una criba constantemente sesgada, en función de los intereses de los grandes poderes mundiales.  Así África sólo aparece esporádicamente. Se mezcla descaradamente la opinión con la noticia. Y el pensamiento único neoliberal mediatiza las líneas editoriales de los grandes medios de opinión.

 La independencia de éstos suele ser pura retórica. Y son los grupos económicos, más que los políticos quienes los controlan. Grandes oligopolios que abarcan los medios escritos y audiovisuales se disputan la publicidad y los lectores. Los grandes perdedores de estas estrategias empresariales son los propios periodistas y los lectores/oyentes.  El fenómeno reciente en España de la prensa gratuita, en que los anunciantes financian totalmente la edición y reducen significativamente la información y en consecuencia la plantilla de la redacción muestra una tendencia progresiva. A eso hay que unir la degradación del espectáculo televisivo en el que la superficialidad o el cotilleo morboso de la zafiedad de los “famosos” marcan un estilo sólo regido por lo que llaman la cuota de pantalla. La televisión pública ha sucumbido a esta marejada y sigue obediente a las consignas gubernamentales, con olvido de su función de servicio público.

 Hay otros dos factores que enturbian la libertad de información. Para empezar, una mixtificación de las noticias en su origen: son éstas las que motivan el acontecimiento, no a la inversa. Suele decirse que lo que no sale en los medios no existe. Y, a menudo, se producen hechos sólo para que se genere un titular o una imagen. Con lo que políticos y famosos desarrollan una curiosa simbiosis con ciertos periodistas. El otro factor es, desde otro punto de vista, mucho más grave éticamente. Todos conocemos determinados medios que viven de alimentar la polémica, el rencor, el insulto,  generando odio y crispación. La demagogia, o sea la media verdad o la media mentira exagerada, es su instrumento preferido. Parece que eso vende mucho. El escándalo es gravísimo cuando se emite desde donde se debería ser faro de verdad y pacificación.

 Otro déficit agrava la cuestión: la escasez de lectores formados, capaces de analizar críticamente lo que ven, oyen o escuchan. Urge que el sistema educativo prepare personas capacitados para ello. El panorama, no es, sin embargo, tan negro. Tenemos la ventaja de nuevas tecnologías telemáticas que nos permiten escapar de la censura refinada a la que nos quieren someter. Y lentamente va aumentado el  número de quienes autodidactamente buscan la realidad, atravesando la maraña y el ocultamiento, aunque todavía son una minoría. En la sociedad de la información, los libres se llaman incluidos y los siervos excluidos. Aquellos han accedido inteligentemente al dominio informático, pero los últimos todavía, no.

Pedro Zabala Sevilla

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