DO EL OSO MATÓ A FAVILA

Es conocida la historia o leyenda de aquel monarca astur, cazador empedernido, que murió destrozado por un oso. En recuerdo de aquel suceso, un grupo de cachondos asturianos erigió hace pocos años un monumento a aquel oso, fabulando el lugar donde pudo ocurrir. Y, desde entonces, cada 14 de abril, como buenos republicanos históricos se reúnen en aquel lugar. Dados los siglos transcurridos desde aquel luctuoso lance cinegético,  la reivindicación política se reviste de un indudable aire bufo.

 En estos tiempos crispados en que los fanatismos bastardean los intentos de recobrar la memoria histórica, es bueno acompañar de un espíritu de humor la búsqueda de la verdad. El apasionamiento contra las falsedades no debe impedirnos relativizar tanto dogmatismo que emponzoña la lucidez y nubla la convivencia.

 El pasado 14 de abril se cumplieron 75 años desde la proclamación de la 2ª República española. Se ha vuelto a hacer alusión a las elecciones municipales que la precedieron y en las que el número total de concejales monárquicos superó al de los republicanos, obviando el hecho de que la mayoría de estos fueron de zonas rurales donde el caciquismo electoral hacía estragos, mientras que en  las capitales y en los grandes núcleos de población el triunfo de las candidaturas republicanas fue incontestable. Al clamor popular que llenó las calles y plazas en aquellos días se le llamó golpe de estado, con manifiesta impropiedad. Hoy podemos entenderlo mejor si lo comparamos con las revoluciones naranja que en antiguos países comunistas derribaron aquellos regímenes caducos tras una farsa electoral.  Lo que ocurrió es que la monarquía estaba carcomida y ni uno sólo de los poderes fácticos apoyó al monarca. Así Alfonso XIII, cuyo peor error político no fue sólo su traición constitucional al apoyar la dictadura de Primo de Rivera, se vio obligado a abandonar España, camino del exilio.  Y de la cárcel salieron políticos republicanos para gobernar España. Mientras que sectores claves de esos poderes fácticos que abandonaron a su rey no dudaron enseguida en conspirar antidemocráticamente para derribar al nuevo régimen.

 Lo que intentó el régimen republicano fue pasar de una sociedad corrompida, anclada en el pasado, a una moderna y europea. Varios eran los temas claves a abordar: la cuestión religiosa, la territorial, la social y la cultural. Es verdad que la oposición reaccionaria no le dejó  desarrollar sus objetivos, aunque incurrió, a mi juicio, en errores graves de planteamiento. Quiso separar el Estado de la Iglesia pero por no reconocer la libertad religiosa, (en la que tampoco creían la mayoría de los católicos de la época) cayó en el sectarismo antieclesial. Dibujo un Estado unitario con las excepciones de Cataluña y País Vasco, a las que luego se sumaría Galicia, si bien más tarde se proyectaron también en otras zonas Estatutos de Autonomía. No pudo realizar la necesaria reforma agraria por la oposición feroz de los intereses latifundistas. Y la guerra impidió la espléndida labor educativa y cultural que había emprendido. No supo asegurar el orden público, tolerando desmanes injustificados o abundando en la represión como en los sucesos de Casas Viejas y Arnedo. Un cuadro de luces y sombras muy marcadas se ha dicho, pero cuyo balance tiene que ser aceptable, sobre todo si lo comparamos con la monarquía que le precedió y el totalitarismo que le siguió.

 Bienvenidos sean los estudios que hoy se acerquen a aquel período histórico, tan injustamente denostado por 40 años de dictadura. Lo que desde luego es difícil de entender tanto los histéricos que se oponen a cualquier revisionismo como los que la idealizan intentando convertirla en bandera política para hoy. En democracia, cualquier opción política, planteada pacíficamente, es legítima. El cambio de forma de gobierno puede ser deseable, pero teniendo muy en cuenta que estamos en el siglo XXI. La sociedad actual es muy distinta. Y una 3ª República habrá de ser muy distinta de las anteriores.

Pedro Zabala

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